
Dios permite este extraño fenómeno por cuatro razones:
1. se muestra la verdad de la religión católica, 2. Es castigo de los pecadores, 3. Es provecho espiritual de los buenos, 4. Produce saludables enseñanzas para los hombres.
Si Dios permite la enfermedad, más razones tiene para permitir algo cuya existencia es una verdadera razón para creer. Un fenómeno en el que se comprueba el poder de Dios, el poder de Cristo y el poder de la Iglesia.
La posesión es como una ventana abierta por la que podemos asomarnos al mundo de odio y sufrimiento demoníaco. Una ventana abierta por la que podemos atisbar algo del poder invisible de las naturalezas angélicas. Y el bien que viene de presenciar todo ello redunda en los presentes y familiares normalmente para toda la vida.
Digo “normalmente” pues presenciar un exorcismo no significa que todas las personas que presencian tal fenómeno a partir de entonces tengan fe.
Hay quienes después de ser testigos de un exorcismo, todo lo achacan a causas naturales o, al menos, desconocidas. Si hubo quien no creyó en Jesús habiendo presenciado las curaciones y milagros que realizaba, no podemos extrañarnos de que esto otro suceda.
Hemos de comprender que veamos lo que veamos (un milagro, un exorcismo, lo que sea) lo que nos hace creer es la gracia. Si libremente decidimos resistir a esa invitación interior e invisible, no importa que veamos la multiplicación de los panes y los peces. Aunque se abrieran los cielos y Dios no hablara desde lo alto entre las nubes, pensaríamos que se trata de una alucinación.
No es lo que vemos, sino la gracia, la que enciende en el interior de nuestra alma inmortal la llama de la fe.
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