
Pier Damiani, Pier di Damiano, Pietro Damiani, Piero Damiani, Pedro Damián, Pedro Damiano o Pedro Damiani (Ravena, 1007 - +Faenza, 22 de febrero de 1072) fue un cardenal benedictino italiano, filósofo y precursor de la reforma gregoriana.
Quedó huérfano muy pequeño. Desde entonces, un hermano suyo lo humilló terriblemente; lo puso a cuidar cerdos y lo trataba como al peor de los esclavos.
Un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad, el cual llegó a costearle los estudios.
En honor a su protector, en adelante se llamó siempre Pedro Damián.
Resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios, siendo ya a los 25 años profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y quiso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrar a un convento cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos de la comunidad fundada por San Romualdo, y al contarle la seriedad de la vida religiosa en su convento, se fue con ellos.
Pronto resultó ser el más escrupuloso cumplidor de los severos reglamentos del convento.
Para lograr dominar sus pasiones sensuales, Pedro se colocó debajo de su camisa un cilicio, se daba azotes, y se dedicó a ayunar a base de pan y agua.
Su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, pasando las noches sin dormir, lo que le afectó a una debilidad general que no le dejaba hacer nada.
Comprendió que las penitencias no debían ser tan exageradas, y que la mejor penitencia era tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después para dirigir espiritualmente a otros, donde a muchos les fue enseñando que, en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que había que hacer era trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián se dedicó a estudiar profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le serviría después para redactar sus propios libros y cartas que posteriormente se hicieron famosas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando se dedicaba a labores de carpintería, contribuyendo así a la economía del convento vendiendo los pequeños muebles que construía.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como Abad a Pedro Damián. Este se opuso por creerse indigno, pero lograron convencerle de que aceptase. Su nombramiento produjo tan buenos resultados, que de su convento se formaron cinco conventos más.
Muchísimas personas pedían su dirección espiritual.
Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos 150 los salmos de la Biblia, lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia fue fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que la merecía, y la cumplió.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron delicadas misiones.
Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia; pero él no quería aceptar estos cargos, a lo que el pontífice lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, resignado, aceptó el nombramiento.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual.
A los Pontífices les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía (vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. Esto traía terribles males a la Iglesia, porque llegaban a altos puestos de la misma hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien, sino lo contrario. Afortunadamente, el sucesor de San Pedro nombrado al año siguiente de la muerte de Pedro Damián, y que era su gran amigo, Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
Se decía de Pedro Damián que era "fuerte en el hablar, pero santo en el obrar".
Lo que más le agradaba era retirarse en soledad a rezar y a meditar. Sentía una sana envidia por los religiosos que tenían todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres; todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente más necesitada.
A su vuelta de una importante y exitosa misión a Ravena para tratar de lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Pontífice, al llegar al convento sintió una gran fiebre, falleciendo el 21 de febrero del año 1072.
Inmediatamente la gente empezó a rezar y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
Fue canonizado en 1823 por León XII, y declarado en 1828 Doctor de la Iglesia.
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