Policarpo de Esmirna (70 - +155) fue un obispo y mártir de la iglesia primitiva. Fue obispo de la ciudad de Esmirna (Turquía),​ y considerado uno de los tres Padres Apostólicos principales, junto a Clemente de Roma, e Ignacio de Antioquía.

Se le considera un discípulo del apóstol Juan, y conoció a los otros "que habían visto al Señor". Por eso se le presenta como un fiel testigo de la vida apostólica y como el "hombre de la tradición viva".

Policarpo era, sobre todo, un hombre de gobierno. No tenía cualidades de escritor ni pensador como San Ignacio de Antioquía (discípulo de los apóstoles Juan y Pablo), ni deseaba, como él, ser "triturado" por las fieras del circo "para llegar a Dios". Al contrario, se mantuvo oculto a causa de la desconfianza en sí mismo; era anciano y sabía que no podía confiar mucho en sus fuerzas. Pero cuando fue descubierto en un granero y reconducido a la ciudad para su martirio, demostró la serena valentía de su fe.

Su martirio

Conocemos la conclusión de su vida gracias a un documento fechado un año después del martirio de San Policarpo el 23 de febrero del año 155: una carta de la "Iglesia de Dios peregrinante en Esmirna, a la Iglesia de Dios peregrinante en Filomelio y también a todas las parroquias de cualquier lugar de la Iglesia santa y católica".
Es una narración muy importante bajo el aspecto histórico, hagiográfico y litúrgico:

Al procónsul Stazio Quadrato, que lo exhorta a renegar de Jesús, le contesta moviendo la cabeza:
"Desde hace 86 años lo sirvo y nunca me ha hecho ningún mal: ¿cómo podría blasfemar de mi Rey que me ha redimido?".
"Te puedo hacer quemar vivo", insistió el procónsul. Y Policarpo:
"El fuego con que me amenazas quema por un momento, después pasa; yo en cambio temo el fuego eterno de la condenación".
Mientras en el anfiteatro de Esmirna se está quemando vivo, "no como una carne que se asa, sino como un pan que se cocina", el mártir eleva al Señor una estupenda oración, breve pero intensa: "Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos".
De improviso, el cuerpo quemado queda reducido a cenizas.
"A pesar de esto – escribe el autor de esa carta – nosotros recogimos uno que otro hueso, que conservamos como oro y piedras preciosas".


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