
Marcelino era sacerdote en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro, según se afirma, ejercía el exorcismo.
Uno de los relatos que habla de la "pasión" de estos mártires, cuenta que fueron apresados y arrojados a la prisión, donde mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar a los paganos. Fueron condenados a muerte por el magistrado Sereno o Severo, quien ordenó que se les condujera en secreto a un bosque llamado Selva Negra para que nadie supiera el lugar de su sepultura. Allí se les cortó la cabeza, no sin antes haber cavado el agujero sus propias tumbas.
Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por el mismo verdugo que posteriormente se convirtió al Cristianismo. Dos mujeres exhumaron los cadáveres y les dieron sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Lavicana. El emperador Constantino mandó edificar una Iglesia sobre la tumba de los mártires, y quiso que en ese sitio fuera sepultada su madre, Santa Elena, en el año 827.
Los cuerpos de los mártires descansan en el monasterio de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfurt (Alemania).
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