EL LEVIATÁN Y EL BEHEMOT

 

Hay un texto de la Sagrada Escritura que los Santos Padres han aplicado a Satán. El texto del profeta Ezequiel, está dirigido contra el Príncipe de Tiro, pero el lector enseguida se dará cuenta de que esos versículos se aplican mejor a Satán que a un ser humano:

"Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabada belleza; en el Edén, jardín espléndido, habitabas; toda suerte de piedras preciosas eran tu vestido

(…)

Tú eras un querubín consagrado como protector. Yo te había establecido tal; estabas en la montaña santa de Dios y te paseabas en medio de piedras de fuego, hasta que se descubrió en ti la iniquidad.

(…)

Se engrió tu corazón por tu belleza, echaste a perder tu sabiduría por tu esplendor. (…) He hecho brotar un fuego de en medio de ti, que te ha devorado.”

Ez 28, 12 y siguientes

 

Existe un segundo texto, del profeta Isaías, al que le sucede lo mismo que al primer texto aducido. Los versículos se aplican mejor a otra figura del mundo demoníaco que al príncipe babilónico al que iban dirigidos:

“¿Cómo has caído del cielo astro rutilante, hijo de la aurora, has sido arrojado a tierra, tú que vencías a las naciones? Tú dijiste en tu corazón: el cielo escalaré, por encima de las estrellas de Dios elevaré mi trono (…) Por el contrario, al seol has sido precipitado”

Is 14, 12-15

 

Si nos fijamos en estos dos textos de Isaías y Ezequiel nos daremos cuenta de que ocultamente se nos está hablando de Satán (en el de Ezequiel) y de Lucifer (en el de Isaías). Por eso en el segundo texto se nos dice que era un astro rutilante, hijo de la aurora, pues Lucifer significa Estrella-de-la-mañana. Normalmente la tradición ha identificado la figura de Satán y Lucifer, sin embargo, algunos exorcistas han advertido (entre ellos el padre Amorth) que son dos demonios distintos, los dos demonios más altos en la jerarquía demoníaca.

En apoyo de esta distinción entre el Diablo y Lucifer vendrían los textos del libro de Job referidos al Leviatán y al Behemoth. La tradición judía y patrística siempre entendió que Leviatán era figura que representaba a Satán. Pero entonces ¿quién era Behemoth? La figura de Lucifer entendida no como sinónimo del Diablo sería la respuesta. Para ver tales diferencias coloco a continuación el texto de Job 40, 15-41, 26 referido a tales seres.

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He aquí el Behemot, que yo crié contigo: hierba cual buey come. Ve, pues su fuerza en sus riñones, y su vigor en los músculos de su vientre. Atiesa su cola como un cedro, los nervios de sus muslos están entrelazados.

Sus huesos son tubos de bronce, sus miembros como barras de hierro. Es la obra maestra de Dios; dióle su espada su Hacedor como presente; pues tributo le aportan las montañas, así como todas las bestias salvajes que allí retozan. Bajo los lotos se tumba, en escondrijo de cañas pantanosas.

Los lotos le recubren de sombra, rodéanle los sauces del Torrent. Si el río está bravo, él no se conmueve, tranquilo está aunque salta el Jordán hasta su boca. ¿Se le prenderá acaso por sus ojos? ¿Se le taladrará con espinas la nariz?

¿Pescarás con anzuelo al Leviatán y con cordel sujetarás su lengua? ¿Por su nariz harás pasar un junco y con gancho taladrarás su quijada? ¿Multiplicará él hacia ti sus ruegos? ¿Te hablará hacia ti sus ruegos? ¿Te hablará lisonjas? ¿Celebrará alianza contigo? ¿Lo tomarás por servidor perpetuo? ¿Jugarás tú con él cual con un pájaro y lo atarás como a uno de tus gorriones?

¿Traficarán con él tus asociados? ¿Se le repartirán entre los mercaderes? ¿Acribillarás de dardos su piel, y con el arpón de peces su cabeza? ¡Pon sobre él tu mano: piensa ya en el combate, no volverás a hacerlo!

He aquí que su esperanza queda burlada, con solo su vista es derribado. ¿No es cruel cuando se le despierta? ¿Y quién es el que ante él se mantendrá? ¿Quién me ha adelantado algún servicio para que yo le pague? ¡Cuánto hay bajo todos los cielos, mío es! No silenciaré sus miembros, ni lo que al vigor respecta y la gracia de su estructura.

¿Quién ha alzado la delantera de su vestido? En su doble coraza, ¿quién penetra? Las puertas de su boca, ¿quién abrió? En derredor de sus dientes hay espanto. Su espalda son hileras de escudos, clausurada cual por sello de piedra: están aproximados uno a otro y ni un soplo pasa entre ellos; cada cual a su compañero está pegado, forman bloque y no se separan.

Su estornudo hace brillar la luz, y son sus ojos cual los párpados de la aurora. De su boca brotan antorchas, chispas de fuego se escapan. De sus narices sale humareda, cual de caldero encendido e hirviente. Su aliento enciende los carbones y una llama emerge de su boca. En su cuello asiéntase la fuerza y ante él brinca la violencia.

Las papadas de su carne son compactas, se le presiona y no se mueve. Su corazón es duro cual piedra y duro como piedra molar inferior. Su erguimiento temen los adalides y ante las fracturas se retiran.

A quien da alcance la espada nada supone, ni la lanza, ni el arma arrojadiza, ni la punta de saeta; considera el hierro como paja, al bronce cual madera carcomida. No le pone en fuga el disparo del arco, pajilla le resultan las piedras de la honda.

Cual pajilla reputa el arma arrojadiza, y se burla del silbido del venablo. Debajo de sí lleva puntas de teja, un trillo imprime sobre el lodo. Hace hervir el abismo como olla, trueca el mar en pebetero. Tras sí va dejando vereda luminosa: ¡No hay en la tierra parejo suyo, él, creado impávido! ¡A todo ser altivo mira de frente, es rey sobre todas las bestias ferocea!

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Como se ve, la biblia dedica casi íntegros dos capítulos a la descripción de los dos seres más grandiosos creados por la mano de Dios. Yahveh no tendrá inconveniente alguno en elogiar en su Libro Santo la grandeza de la naturaleza de la criatura que su mano creó. Estamos hablando ni más ni menos de la obra que coronaba su Creación visible e invisible, en cuanto a la naturaleza, no en cuanto a la gracia. Ahora, sin embargo, es otra la criatura que ha sido coronada. Ellos ex natura nacieron como príncipes de la Creación, y sin embargo, otra criatura, una sierva, ha sido coronada como reina de los ángeles ex gratia. Hecha esta salvedad y volviendo al capítulo 40 y 41 de Job, Dios está ahí hablando de la obra creada más sublime, de la culminación, de su Creación. De una de ellas se dice que es la obra maestra. Es tradición, extrabíblica, afirmar que se rebeló el más bello de los ángeles.

De todas maneras, aunque la Palabra de Dios elogia el poderío que les confirió y la grandeza que poseen, las describe como monstruos, como seres malignos, dignos de temor, seres de los que hay que alejarse.

Estas dos naturalezas angélicas, Satán y Lucifer, las describirá bajo la apariencia de dos figuras mitológicas preisraelíticas, dos gigantescas figuras procedentes del Caos inicial, dos figuras que ya aparecían en la mitología ugarítica de la mitad del segundo milenio antes de Cristo. Leviatán (Satán, la Serpiente Antigua, el Dragón) aparece bajo la forma de un monstruo marítimo, habitante del Abismo. Behemot (Lucifer) nos es descrito como un engendro gigantesco que, aunque habita las profundidades de las ciénagas, es un formidable monstruo terrestre. Expresamente se nos dice de él que es “la obra maestra de Dios”. Es posible que aunque Satán fuera el que acabó siendo el más maligno de todos los ángeles que se rebelaron, el que se hizo el más perverso de todos, sin embargo. Lucifer puede que fuera superior en naturaleza. El nombre Estrella de la mañana parece indicar esta preminencia de naturaleza, y la aseveración de que Behemoth, y no Leviatán, fuera la obra maestra del Creador de nuevo parece confirmar esta hipótesis.

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Si comparamos estos textos referidos al Leviatán y el Behemoth con los de Ezequiel e Isaías sacamos varias conclusiones. El Diablo fue el sello de la perfección, un querubín, consagrado como protector, sabio y bello. Mientras que Lucifer fue la obra maestra de Dios, al cual le dio una espada, su nombre hace referencia a la luz, luego brillaba con una luz especial y única en el firmamento de las naturalezas angélicas. La tradición presenta a Satán como el más perverso y el que lideró la rebelión, pero Lucifer es la Estrella de mañana. Esta existencia de dos grandes figuras infernales, en vez de una sola, rompe la fácil idea de pensar que Satán es como el Dios del lado maligno. Pues le guste o no a Satán, lo dicho indicaría que a pesar del liderazgo del Diablo, las turbas infernales tienen dos grandes figuras demoníacas. Este tipo de dualidades en la cúspide siempre son una mortificación para los soberbios. No deja de tener algo de gracia el que ni en esto el Diablo haya podido tener todo a su gusto.

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Tras las siguientes consideraciones teológicas no me resisto a tratar de hacer una exegesis espiritual del texto de Job. De Behemoth se nos habla de su fuerza, de su vigor, de los músculos de su vientre. Se nos dice que posee una cola que es como un cedro, bien es sabido que un simple cocodrilo con su cola podía no sólo matar a un hombre, sino partir una barca sin problema. La cola en un cocodrilo es un arma formidable, cuajada de músculos, incontenible ni entre muchos hombres, ni cuerdas. Se nos dice que su estructura es como de bronce y hierro. Y se añade que el Creador le dio su espada. La espada sólo se da a un guerrero. Un espíritu angélico sólo puede hacer la guerra de un modo intelectual. De modo que esa espada era una espada intelectual.

El versículo tributo le aportan las montañas, así como todas las bestias salvajes que allí retozan, se podría entender de la siguiente manera: las montañas son símbolo de los más elevados y grandiosos espíritus angélicos, que como montañas se elevan sobre el resto. Todos reconocen la grandeza que Dios derramó en él, ese es el tributo. Las bestias salvajes son símbolo de los demonios, espíritus que se han transformado en seres bestiales. Siendo tan poderoso que nada le conmueve, sin embargo, vive en escondrijos y pantanos.

¿Se le prenderá acaso por sus ojos? ¿Se le taladrará con espinas la nariz? Dado que el ojo es símbolo del conocimiento, este versículo se puede interpretar que ni con el conocimiento ni por la fuerza se le puede dominar.

Del Leviatán se dice que vive en el “tehom”, el Océano originario. El mar en el Apocalipsis se dice que simboliza la multitud de las gentes. En medio de ese “mar” el Leviatán se mueve y bucea.

No es posible pescarlo, ni atraparlo, ni atarlo no es posible sujetar su lengua. Jamás te rogará, es altivo y soberbio. No es posible hacer un pacto, ni alianza con él, se trata de un ser bestial que sólo busca devorarse. No es posible traficar con él, él no sirve a tus fines, acabas al final en sus garras.

¿Acribillarás de dardos su piel, y con el arpón de peces su cabeza? Es imposible atravesar su piel, pero la Mujer ha aplastado su cabeza.

¡Pon sobre él tu mano: no volverás a hacerlo! No se puede decir de un modo más gráfico que no se puede jugar con el demonio. El que enrede o pacte con el demonio comprobará que con él no se juega, que jamás se le invoca en vano.

He aquí que su esperanza queda burlada, con solo su vista es derribado. A la vista del poder, fuerza y furor de Satán se pierde la esperanza de la salvación. Sólo con verlo uno queda desalentado, sin esperanza de sobrevivir al combate. Los testimonios de todos los santos que han sufrido las tentaciones del Diablo en la noche oscura son concordantes. Sin Dios que le pusiera coto, el combate de un alma con él sería tan desigual que no habría posibilidad de resistir sus embates. ¿Y quién es el que ante él se mantendrá? Dios solo permite a Satán tentar a un alma cuando ésta ya está muy curtida en la lucha ascética y fortalecida por la gracia. Y sólo con la ayuda de Cristo sale victoriosa el alma. Este combate del que se habla es espiritual. Pero Dios le pone límites a su acción en el alma y en el cuerpo. Pues su naturaleza angélica de la más alta jerarquía le permitiría provocar enfermedades, accidentes, desastres y, en definitiva, matar a voluntad. Por eso dice la biblia: ¿No es cruel cuando se le despierta? Los que le despiertan son aquellos que le invocan. Los que le invocan no saben qué fuerzas están despertando.

¿Quién me ha adelantado algún servicio para que yo le pague? ¡Cuánto hay bajo todos los cielos, mío es! Este versículo es una intervención de Satán. El se pregunta que a quién debe pagarle algo, pues cree que no debe nada a nadie. En su soberbia afirma que cuanto hay bajo los cielos es suyo por razón del pecado, además es el Príncipe de este mundo. Sabe que los cielos son de Dios, pero reclama que ha conquistado la tierra con sus seducciones, sembrando el pecado, el odio, la guerra.

Pero a pesar de todo este engreimiento, a Dios no le duelen prendas a la hora de elogiar la culminación de su Creación que es él y por eso dice Yahveh: No silenciaré sus miembros, ni lo que al vigor respecto y la gracia de su estructura. ¿Quién ha alzado la delantera de su vestido? En su doble coraza, ¿quién penetra? Las puertas de su boca, ¿quién abrió? En derredor de sus dientes hay espanto.

Su espalda son hileras de escudos, clausurada cual por sello de piedra; están aproximados uno a otro y ni un soplo pasa entre ellos; cada cual a su compañero está pegado, forman bloque y no se separan. Esta referencia a los escudos nos da idea de sus dimensiones, cada escama es del tamaño de un escudo.

Cuando dice que ni un soplo pasa entre ellos podemos recordar que soplo (en latín spiritus) se puede interpretar como que en Satán el Espíritu Santo con sus inspiraciones no puede penetrar. Está herméticamente cerrado (forman bloque, no se separan), nada ya entra en él.

Su estornudo hace brillar la luz, y son sus ojos cual los párpados de la aurora. De su boca brotan antorchas, chispas de fuego se escapan. De sus narices sale humareda, cual de caldero encendido e hirviente. Su aliento enciende los carbones y una llama emerge de su boca. Esta figura mítica exhala llamas de su boca como un dragón. De hecho, este es el Dragón del que se habla en el Apocalipsis.

Su corazón es duro cual piedra y duro como piedra molar inferior. Este versículo se refiere a su fortaleza, pero también a su corazón duro e inmisericorde.

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Algunos exegetas contra la tradición ininterrumpida del pueblo hebreo, han afirmado que el Leviatán es el cocodrilo. Es sorprendente cómo los exegetas mantienen sus teorías aferrándose ellas, y despreciando todo lo que en el texto no les encaja. El texto afirma claramente, de un modo que no es oscuro, cosas que no encajan con el cocodrilo: se dice que vive en el mar, que exhala llamas de su boca, que hace hervir el abismo como olla. Eso son detalles concretos, pero el texto entero indica que se está hablando de algo más que un mero animal. Hecho este inciso para los exegetas, prosigamos con el análisis del pasaje.

¡A todo ser altivo mira de frente, es rey sobre todas las bestias feroces! Antes se ha elogiado mucho al Behemoth, pero en ningún momento se le ha llamado rey. Lucifer es la obra maestra de Dios, pero Satán es el rey sobre todas las bestias feroces. Creo que estos pasajes de Job dejan claro que uno es superior en naturaleza y otro en perversidad y maldad.

A quien da alcance la espada nada supone, ni la lanza, ni el arma arrojadiza, ni la punta de saeta; considera el hierro como paja, al bronce cual madera carcomida. Hay hombres soberbios y poderoso que se creen invulnerables. Y no saben que si una naturaleza angélica maligna quiere matar a alguien (y Dios se lo permite) ni los muros podrán evitar que entre donde quiera, ni las armas ni los guardaespaldas le contendrán, ni todo el poder del mundo podrá evitar que haga su daño.

Debajo de sí lleva puntas de teja, un trillo imprime sobre el lodo. Cuando uno ve los terribles paisajes de ruinas de las guerras, poéticamente es como si por allí hubiera pasado este monstruo con su vientre como un trillo, arrasándolo todo. Además, ya hemos dicho que el mar simboliza la multitud de los pueblos, de manera que él, el sembrador de la guerra y la muerte, hace hervir el abismo como olla, trueca el mar en pebetero. Él instiga para que el mar de los pueblos se inflame con el fuego del odio y de la guerra. Tras sí va dejando vereda luminosa: ¡una melena cana diríase el abismo! Esta melena, es decir, esta estela (como la que dejan los barcos) son las vidas de los hombres que arrastra y destruye a su paso por las gentes.

¡No hay en la tierra parejo suyo; él, creado impávido! Sí, eso lo he comprobado en los exorcismos, el Diablo aparenta no temer a nadie, ni a Dios. Puedo asegurar que no parece que exista en él temor de Dios, sólo odio. Pero existe en él un cierto conocimiento de que Dios lo puede todo y le puede castigar,  lo que sucede es que no quiere pensar en ello porque tal pensamiento le tortura. En cierto modo se puede decir que habla con furia de Dios, y hasta blasfema de él, pero aunque no quiere temerlo y habla como si no le temiera, en realidad, su inteligencia le dice que El es omnipotente. El Diablo teme a Dios aunque no quiera reconocerlo, ni pensar sobre ello. Pero su hasta su inteligencia deformada le recuerda una y otra vez que debe temerle pues al final de los tiempos será arrojado al lago de fuego y azufre. Símbolo del sufrimiento eterno que le producirá su propia iniquidad soportada por los siglos de los siglos. Pienso que ese lago no será otra cosa más que símbolo de ese sufrimiento. No será por supuesto nada físico, sino ni siquiera algo creado por Dios para producir sufrimiento. Si el mar simboliza la multitud de los pueblos, de ese mar sólo se condenará un lago que será de fuego y remordimiento.