
Brígida Birgersdotter, conocida como Santa Brígida de Suecia (Skederid, actual municipio de Norrtälje, Uppland, Suecia, 1303 - +Roma, 23 de julio de 1373), fue una religiosa católica, mística, escritora y teóloga sueca.
Pertenecía a una familia aristocrática emparentada con el rey Magnus Ladulás.
A los tres años ya hablaba con perfecta claridad, como si fuese una persona mayor, y su bondad y devoción fueron tan precoces como su lenguaje.
A los siete años tuvo una visión de la Virgen María.
A los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en qué estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó la niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi amor." Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.
Antes de cumplir catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf Gudmarsson. En veintiocho años de matrimonio tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales fue Santa Catalina de Suecia.
Durante algunos años, Brígida llevó vida de señora feudal llevando las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la diferencia de que cultivaba la amistad de hombres sabios y virtuosos.
Hacia el año 1335 fue llamada a la corte del rey Magno II para ser la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur.
Magno era un hombre débil que se dejaba fácilmente arrastrar al vicio; y Blanca tenía buena voluntad, pero era irreflexiva y amante del lujo.
Brígida hizo cuanto pudo por cultivar las cualidades de la reina y por rodear a ambos soberanos de buenas influencias.
Pero aunque se ganó el cariño de los reyes no consiguió mejorar su conducta.
Empezó a tener por entonces visiones que versaban sobre las más diversas materias, desde la necesidad de lavarse, hasta los términos del tratado de paz entre Francia e Inglaterra.
"Si el rey de Inglaterra no firma la paz -decía-- no tendrá éxito en ninguna de sus empresas y acabará por salir del reino y dejar a sus hijos en la tribulación y la angustia." Pero tales visiones no impresionaban a los cortesanos suecos, quienes solían preguntar con ironía:
"¿Qué soñó Doña Brígida anoche?"
Hacia 1340, murió su hijo menor; la pérdida la hizo peregrinar al santuario de San Olaf de Noruega, en Trondhjem.
A su regreso, fortalecida por las oraciones, y ante el vano intento de llevar al buen camino a sus soberanos, les pidió permiso para salir de la corte e hizo una peregrinación a Compostela con su esposo.
A la vuelta del viaje, su marido cayó gravemente enfermo y recibió los últimos sacramentos, ya que la muerte parecía inminente. Pero Brígida tuvo un sueño en el que San Dionisio le revelaba que no moriría. A raíz de la curación de Ulf, ambos esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa. Aunque Ulf murió en 1344 en el monasterio cisterciense de Alvastra, antes de poner por obra su propósito.
Brígida se quedó en Alvastra cuatro años apartada del mundo y dedicada a la penitencia. Desde entonces, abandonó los lujos, solo usaba una sencilla túnica ceñida con una cuerda anudada, y lino para el velo.
Las visiones y revelaciones se hicieron tan insistentes que se alarmó, temiendo ser víctima del demonio o de su propia imaginación.
Pero en una visión que se repitió tres veces, se le ordenó que se pusiese bajo la dirección del maestre Matías, un canónigo muy sabio y experimentado que le declaró que sus visiones procedían de Dios.
Desde entonces hasta su muerte, Brígida comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro, quien las consignó por escrito en latín.
Ese período culminó con una visión en la que el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al rey Magno con el juicio divino; así lo hizo, sin excluir de las amenazas a la reina y a los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y dotó liberalmente el monasterio que ella había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión, donde había sesenta religiosas, y en un edificio contiguo trece sacerdotes, cuatro diáconos y ocho hermanos legos. La misma Brígida redactó las constituciones, en las que los hombres estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero en lo espiritual las mujeres estaban sujetas al superior de los monjes.
Los conventos de hombres y mujeres estaban separados por una clausura inviolable; tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la misma iglesia, pero las religiosas se hallaban en una galería superior, de forma que ni siquiera podían verse unos a otras.
En 1349, a pesar de que la peste hacía estragos en toda Europa, Brígida decidió ir a Roma con motivo del jubileo de 1350.
Se estableció en Roma, donde se ocupó de los pobres de la ciudad; asistía diariamente a misa, se confesaba todos los días y comulgaba varias veces por semana.
Su virtud contrastaba con la corrupción que reinaba entonces en Roma. La austeridad de la santa, su devoción a los santuarios, su severidad consigo misma, su bondad con el prójimo, y su entrega total al cuidado de los pobres y los enfermos le ganaron el cariño de muchos.
Pero su ministerio apostólico no se reducía a la práctica de las buenas obras ni a exhortar a los pobres y a los humildes: también reformó otro convento de Bolonia. Allí se hallaba cuando fue a reunirse con ella su hija, la que sería Santa Catalina, quien se quedó a su lado y fue su colaboradora hasta el final de su vida.
Dos de las iglesias romanas más relacionadas con Santa Brígida son la de San Pablo Extramuros y la de San Francisco de Ripa. En la primera se conserva todavía un crucifijo ante el que Brígida acostumbraba orar y que le respondió más de una vez; en la segunda iglesia se le apareció San Francisco y le dijo: "Ven a beber conmigo en mi celda"; ella interpretó aquellas palabras como una invitación para ir a Asís. Fue entonces cuando partió en peregrinación por los principales santuarios de Italia durante dos años.
Sus profecías y revelaciones se referían a cuestiones candentes de la época.
Predijo, entre otras, que el Pontífice y el emperador se reunirían amistosamente en Roma, como así sucedió al poco tiempo (Beato Urbano V y Carlos IV, 1368).
La profecía de que los partidos en que estaba dividida Roma recibirían el castigo por sus crímenes la hizo ganar perseguidores: Brígida fue arrojada de su casa y tuvo que ir con su hija a pedir limosna al convento de las Clarisas.
Por otra parte, ni siquiera el Pontífice escapaba a sus visiones proféticas.
Al regresar de una peregrinación a Amalfi, tuvo una visión en la que Nuestro Señor la envió a avisar al Pontífice que se acercaba la hora de su muerte, a fin de que aprobase la regla de otro convento que fundó, en Vadstena. Brígida había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma, pero éste no había dado respuesta alguna. Urbano terminó aprobando la fundación y la regla de Santa Brígida. Cuatro meses más tarde, el Pontífice falleció.
En 1371, a raíz de otra visión, emprendió una peregrinación a los Santos Lugares. Ese fue el último de sus viajes. En Jaffa estuvo a punto de perecer ahogada durante un naufragio. Sin embargo, durante la accidentada peregrinación, disfrutó de grandes consolaciones espirituales y de visiones sobre la vida del Señor.
A su vuelta de Tierra Santa en marzo de 1373 Brígida, que estaba enferma desde hacía algún tiempo, empezó a debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año. Tenía entonces setenta y un años.
Su cuerpo fue sepultado provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in Panisperna.
Cuatro meses después, sus reliquias fueron trasladadas a Vadstena, pasando por Dalmacia, Austria, Polonia y el puerto de Danzig.
Sus reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada.
fue canonizada el 7 de octubre de 1391 por Bonifacio IX.
Es considerada además la santa patrona de Suecia, una de las patronas de Europa, y patrona de las viudas.
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