
Lo ideal es que este ministerio se organice muy bien con suficiente número de personas bien capacitadas para la misión que se les va a encomendar. Si para ello se considera que es mejor concentrar el ministerio en la capital de la archidiócesis mejor que en cada diócesis, óbrese de esa manera. Desde luego no es obligatorio que en cada diócesis haya un exorcista.
El modo que voy a exponer de organizar este ministerio está pensado para una gran archidiócesis que posea una gran afluencia de casos a examinar.
La parte más delicada de este ministerio no es el exorcismo, sino el discernimiento. Pues si nos equivocamos y decimos que no está posesa una persona que sí lo está le estaremos infligiendo por omisión un daño terrible que puede tener que llevar a cuestas toda una vida.
Pero, por otro lado, si le decimos que está posesa y no lo está, la Iglesia quedará muy desprestigiada. Un solo resbalón en este sentido puede tener pésimas consecuencias, pues la prensa sólo se fijará en el error y no en los éxitos.
Por eso conviene concentrar experiencia en pocas personas y no ir comenzando cada vez con cada caso. Y si los especialistas en discernir deben estar sólo en archidiócesis no pasaría nada dadas las facilidades de comunicación que hay hoy día.
Una vez que se comprobara que el caso es verdadero, el especialista podría dar las indicaciones oportunas para que en la diócesis donde reside el poseso un sacerdote autorizado proceda al exorcismo.
Aunque cada caso es suficiente con que lo vea una persona, conviene que sean tres las personas integrantes de ese equipo de discernimiento. Tres personas de distintas edades para que si muere una no se vaya todo el conocimiento con él, sino que por el contrario el conocimiento se vaya poniendo en común.
Por más que esta ciencia del discernimiento se ponga por escrito, nada podrá suplir en esta materia a la experiencia. Por eso el que el exorcista joven sea enseñado por el de más edad es muy beneficioso.
Después, comprobado que un caso es de auténtica posesión y conseguida la autorización, lo ideal es que el exorcista tenga un equipo de laicos que le ayuden durante el exorcismo. Laicos que sujeten al poseso y que recen durante el acto litúrgico.
Pueden ser entre cinco y diez. Diez pueden parecer muchas personas, pero si están ahí rezando, entonces no estorba ese número, pues la oración se suma.
La oración de este equipo de laicos que asisten a las sesiones no son algo sin mucha importancia. Por el contrario, el poder de la oración de un grupo es muy superior al de un sacerdote solo.
No necesariamente el equipo de sacerdotes que disciernen tienen que ser los que después hagan los exorcismos.
Como se ha dicho ya el exorcismo es una operación más fácil de hacer que la acción de recibir a la persona y discernir. Pues para el exorcismo basta con seguir el manual. Y si hay dudas pueden consultar con alguien del equipo de discernimiento. Pero ningún manual puede dar la experiencia necesaria para discernir los casos verdaderos de los falsos. Es en esa labor de discernir, donde más conviene que se acumule la experiencia y por tanto que las personas sean fijas, siempre las mismas, sin cambios.
Por otro lado, exorcizar, si se hace con mucha frecuencia, es un ministerio muy pesado, y aunque parezca paradójico es una función de una gran monotonía y que suele cansar mucho por ser siempre lo mismo. Por eso, discernir es una labor y exorcizar otra. No necesariamente deben ir unidas ambas.
Con lo cual, resumiendo, lo ideal es que el ministerio en las grandes archidiócesis con atención de muchos casos se organice con tres tipos de personas:
Los consultores
encargados del discernimiento
Los exorcistas
encargados de llevar a cabo el exorcismo
Los asistentes
el equipo de laicos que asisten con su oración y ayuda en los exorcismos
Entre los asistentes podría haber laicos mas fijos en este ministerio que se encargaran del acompañamiento espiritual de los posesos y sus familias.
Los posesos en la mayor parte de los casos precisan de una verdadera catequesis para acercarse a Cristo.
Algunos de estos asistentes con los años pueden acumular tal experiencia que alguno de ellos podría llegar a ser alguno de los consultores.
Si este laico es además psiquiatra, su juicio parecerá más justo a la hora de discernir los casos. Pero digo parecerá, porque en mi experiencia nada es tan valioso como el sentido común y la vida espiritual.
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