
Llegó una mujer de unos cuarenta años acompañada por el que me presentó como su marido. La mujer me refirió los típicos síntomas de aquellos que pueden ver espíritus. La impresión de verosimilitud de su relato venía reforzada por el hecho de que su bisabuela y su abuela también podían almas de difuntos. Pero el problema por el que vino a consultarme había comenzado cuatro años antes, cuando no sólo veía esas almas, sino que comenzaron a agarrarle por el brazo y a ordenarle que le siguieran.
Me puse a orar por ella y en seguida se vio la fase previa al trance. Sentía ella como una incomodidad, también frio a pesar de que disfrutábamos de una agradable temperatura veraniega. Pero a pesar de que esos síntomas persistían, nada se manifestaba a través de ella. Tras más de media hora de oración, lo único que (a jugar por los síntomas) parecía haber quedado patente era que dentro de ella había un espíritu al que le molestaba mi imposición de manos y mis oraciones. Me marché a rezar vísperas, dejando al marido y a otra persona rezando el rosario. Entonces, nada más empezar el rosario, sí que comenzó la mujer a dar gritos en trance, aunque sin perder la consciencia a pesar de no poder hablar. Los gritos cada vez eran más fuertes. Tres cuartos de hora, en una situación que iba in crescendo de malestar y gritos, vomitó una masa de trozos de carne.
Lo curioso es que ella no había ingerido nada en ochos horas, la comida había sido ligera y tampoco se había sentido pesada tras el almuerzo. El vómito de aquella carne a pesar del estómago vacío era la prueba de que ciertamente esa mujer padecía alfo preternatural y no quejaba por mera sugestión u otros problemas mentales. Sólo había tenido un vómito parecido cuatro años antes, y también entonces había estado en ayunas durante más de doce horas a pesar de lo cual había vomitado algo semejante.
Fue entonces cuando la mujer comenzó a explicar una parte de la historia que había callado en la conversación previa a las oraciones. El L 153 que estaba allí a su lado, en realidad, no era su marido. Ese hombre estaba casado con otra mujer, pero mantenía una relación con ella, la presente. Su esposa al descubrir esa relación había reaccionado con odio, llamando a la amante por teléfono para insultarla y cosas semejantes. Quién hizo el maleficio no lo sabíamos, aunque era lógico sospechar que la esposa engañada llena de odio hubiera podido encargar eso a un brujo.
Lo cierto era que desde que la esposa descubrió la infidelidad y comenzaron las llamadas, fue cuando la amante comenzó no sólo a ver las almas, sino también a sentirlas corporalmente, a notar cómo le agarraban queriendo llevársela. A eso siguió el primero de cuatro abortos no provocados, los niños de la amante se le morían antes de nacer. Dado que el primer vómito con el estómago vacío coincidió con la muerte del primer niño que llevaba en su seno, era razonable conjeturar sobre la posibilidad de que el maleficio hubiera provocado esas muertes.
Les expliqué a ambos, a la amante (a la que a partir de ahora llamaré Vanessa) y al esposo infiel (al que a partir de ahora llamaré Víctor), que debían poner en orden su vida. Lo cual resultaba más fácil por el hecho de que el esposo adúltero vivía con su esposa, así que con tacto y delicadeza, fui tajante en lo referente a que había que dejar esa relación ilícita de inmediato. Por los niños muertos antes de nacer no debía atormentarse ya que habrían ido junto a Dios. Pero ella debía comenzar una vida de más oración, una vida dentro de los Mandamientos de Dios. Sentado en el banco de la capilla, el marido infiel escuchaba todos mis consejos sin decir nada. Se mostraba conmovido y dispuesto a dar ese cambio también.
Había habido una sucesión de hechos malos: la pasión había llevado a la infidelidad, la infidelidad al sufrimiento de la esposa, el sufrimiento al odio, el odio al maleficio. El pecado había dado sus frutos malos. Pero todo había sido para bien. Pues al ver estos frutos, tan claros, tan patentes, eso debía llevarles a abrazar una vida totalmente contraria. Todo mal es permitido para un bien mayor, les expliqué. Sin esos frutos malos (los abortos, el maleficio) ellos no se hubieran percatado de cuan errado era su camino y se hubieran encontrado con todo el día del Juicio Final. Dios en su misericordia había permitido que el mal llegara a una situación en la que quedara patente para provocar un cambio de vida. Quedaron ambos impresionados por mis palabras y estuvieron un rato delante del Santísimo Sacramento haciendo oración.
Vinieron dos semanas después, Vanessa y Víctor otra vez. Oramos por Víctor que no padecía ninguna influencia. Y volvimos a orar por Vanessa. Ella sintió mareos en cuanto oré por ella, tuvo que echar la cabeza hacia atrás y apoyarla en el banco. Salió de ella un espíritu. Quedé con la mujer para que una semana más tarde volviera para continuar las oraciones por ella. Eso sí, le advertí que había hecho muy mal en venir de nuevo con Víctor. Si había cortado con él, no debía dar lugar a que la relación continuara de ningún modo, y más siendo lo débil que ella era para romper esta situación de adulterio. Le dije que tenía que elegir entre seguir con aquella relación ilícita o seguir a Jesús. En otros casos doy más tiempo a la persona para que se fortalezca en el amor a Dios y vea su pecado. Pero en este caso la debilidad afectiva de ella era tal, que podía pasarse un lustro en esa situación sin cortar con ese hombre casado, que seguía viviendo con su legítima mujer.
Cual fue mi sorpresa al enterarme un mes después, que a pesar de todo lo visto, de todo lo sufrido, la mujer decidió seguir con su amante. No volvió a pedir 154 cita. ¿Qué más tenía que pasar para que ella y él abrieran los ojos? Otros pecan sin saber, sumidos en la ignorancia. Pero ellos habían visto bien a las claras, cuáles eran las consecuencias de sus actos contrarios a la Ley Divina. Aun así, habían decidido conscientemente seguir el mal camino.
Es interesante observar que Víctor trataba bastante mal a su amante, sin cariño, sólo para satisfacer sus apetitos y sin pensar, ni por asomo, en abandonar a su esposa. Y, sin embargo, Vanessa prefirió aquella relación sin afecto, sin amor, aquella pasión carnal por parte de aquel hombre que la abandonaría en cuanto ella envejeciese, antes que escoger el amor infinito de Jesús. Si él hubiera sido un hombre extraordinariamente atractivo, me hubiera ayudado a entender un poco esa situación. Pero ni él ni ella estaban en la juventud de la vida, ninguno de los dos estaban dotados de belleza corporal. ¿Por qué preferían aquello a Dios? Parece una locura, un sinsentido supremo, pero me encontrado más casos en los que ni la enfermedad provocada por una posesión evidente, hacen que las personas abandonen una relación en la que ni ellos se sienten a gusto. Pero en ése, como en otros casos, aquél con el que conviven les va minando la voluntad semana tras semana con la repetición de la idea de que podrían probar con otra persona: he oído hablar bien de un vidente…, me han contado de una mujer que impone la manos…, ese padre es demasiado rígido…, hay otros más humanos…
Un par de meses después de no venir por la iglesia me acordé que tenía su dirección electrónica y le envíe este e-mail: Hola, soy el padre Fortea: Como no te he visto venir por aquí, me ha entrado el temor de que hayas decidido no cortar con la vida de pecado. En fin, sólo te escribía por eso. Hasta pronto.
No recibí respuesta en varias semanas, hasta que cerca de las navidades me contestó: Hola padre agradezco de corazón por toda la ayuda que me brindó y por todo el tiempo que me dedicó. Esta experiencia me ha acercado mucho más a Dios, más de lo que yo siempre había querido. Estoy muy contenta por eso. Continúo leyendo el Nuevo Testamento y sigo yendo a misa casi todos los días. Por cierto, leí que mientras uno tenga a Dios en su corazón será perdonado de todos los pecados y recibido en el Cielo a la hora de la muerte. A mí me pareció muy severo lo que usted me dijo, muy radical y no comparto su opinión al respecto. (…) ¿Pretendía intimidarme?, se lo digo con todo el respeto que me merece. Gracias por todo que tenga una feliz Navidad
Creí que el caso, en lo que a mí respecta, estaba concluido. Estaba equivocado. Varios meses después, apareció de nuevo por mi parroquia. Vanessa, era cierto, había continuado yendo a misa. Al ir a misa, al no romper su relación con Dios, eso le llevó a asistir a un grupo de oración carismático. En ese grupo, una señora (que por cierto era marquesa) le pidió que le contara su historia y ella, durante varios meses, hizo una verdadera labor de amiga, aconsejándole, llevándole poco a poco al camino del arrepentimiento.
Cuando llegó a mi parroquia, estaba dispuesta a dejar a Víctor y a vivir en gracia de Dios. Di por supuesto que el caso iba a ser largo, dados los antecedentes. Me equivoqué. En dos sesiones más, fue liberada. En la segunda sesión, cayó al suelo delante del altar, gritó, se agitó y en unos veinte minutos quedó liberada. Los que allí estábamos, pudimos oler un perfume en esa parte de la Iglesia, signo de la presencia de algún ángel. De rodillas, Vanessa muy emocionada agradeció a Jesús su liberación.
En los meses siguientes, ¡a pesar de todo lo sucedido!, iba a seguir siendo difícil que cortara todo contacto telefónico con el marido adúltero, que comenzó a acosarla con llamadas y hasta llamando al timbre de su casa desde la calle. Le insistí una y otra vez que en cuanto oyera su voz, colgara el teléfono. Que no tenía que darle ninguna explicación, que no tenía comenzar ninguna conversación por breve que fuera, ya que ella seguía siendo débil para cortar. El demonio le tentó mucho a Vanessa con la idea de que tenía que ayudarle a él, que no debía cortar toda comunicación, porque debía hacer una labor de apostolado con él para bien de su alma. Esta ceguera siguió en ella durante varios meses, aunque el que ella sufriera algún tipo de pequeña influencia demoníaca por la que hubo que orar, acabó por abrirle los ojos. También ayudó el que le dijera claramente que era la última vez que rezaba por ella: o cortaba o que se fuera a buscar otro sacerdote.
Cortó, sí, finalmente cortó. Pero Dios le iba a dar una extraordinaria forma de purificarse de sus pecados y hacer penitencia. Después de vivir una temporada completamente liberada, feliz y viviendo sin ningún tipo de disturbio preternatural, el Señor permitió que pudiera sufrir por las almas del purgatorio. En ella entraban almas errantes que tenían que purificarse para entrar en el Cielo. Almas que no estaban condenadas al infierno, pero que por sus muchos pecados estaban en las moradas inferiores del purgatorio, almas que vagaban penando sobre la tierra. Cuando entraban en ella, Vanessa sentía su tristeza. Su sufrimiento, sus oraciones y mis oraciones, hacían que finalmente esas almas (de las que ya nadie se acordaba de rezar en la tierra) pudieran ir hacia la Luz.
Cuando esas almas salían de su cuerpo, Vanessa se sentía complemente bien y feliz. Dios le permitía unos días de descanso, y después permitía que otra alma entrara en ella. Así, en esta penitencia, lleva varios años. Externamente tiene una vida normal en cuanto a trabajos, amigas, etc. Pero internamente su vida está completamente centrada en la oración y la expiación. Una vez cada semana o dos semanas, oro por ella. No es el único caso que he atendido en estos años, en que este mismo fenómeno se ha dado, idéntico en todos sus detalles. Hay personas que tienen la capacidad de ayudar a las almas del purgatorio, concretamente a las que más abajo están, aquellas que pueden estar siglos y siglos penando, olvidadas de todos. Es como si Dios las destinara a ciertas madres que por el sufrimiento y la oración las llevarán de nuevo hacia la Luz. Si algo he aprendido de todos estos casos que tienen que ver con el purgatorio, es que la Justicia de Dios es algo muy serio, algo que nadie debería tomarse a broma.
Añadir comentario
Comentarios