Un demonio es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente.
No tiene cuerpo, ni existe en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a la materia, sino que se trata de una sustancia de carácter íntegramente espiritual.

 

Los demonios no fueron creados malos. Sino que, al ser creados, se les ofreció una prueba previa a la visión de la esencia de la Divinidad. Porque antes de la prueba veían a Dios, pero no la esencia de Dios. Es decir: como ejemplo, sería como decir que ellos veían a Dios como una luz, que le oían como una voz majestuosa, pero su rostro seguía sin desvelarse.
Y, aunque no penetraran en su esencia, sabían que era su Creador, y que era santo; el Santo entre los Santos.
En esa prueba, unos obedecieron, y otros desobedecieron. Los que desobedecieron de forma irreversible, se transformaron en demonios.
Ellos mismos se transformaron en lo que son. Nadie les hizo así.

 

Antes de transformarse estos ángeles en demonios, se sucedieron unas fases en la psicología de estos.
Estas fases se dieron no en el tiempo material que conocemos, sino en el Evo . Al darse en el evo, estas fases al ser humano nos parecerían que fueron casi instantáneas. Pero lo que a nosotros nos parecería breve, para ellos fue muy largo.
Las fases de transformación de ángel a demonio fueron las siguientes:
Al comienzo les entró la duda de que quizá la desobediencia a la Ley divina fuese lo mejor.
En el momento en que voluntariamente aceptaron la posibilidad de que dicha desobediencia a Dios fuera una opción, ya pecaron.
Esa aceptación de la duda constituiría un pecado venial, que poco a poco fue evolucionando al pecado grave. Pero al principio, ninguno de ellos, en esta primera fase, estaba dispuesto a alejarse irreversiblemente, ni siquiera el Diablo; fue después cuando se fue asentando en sus inteligencias lo que su voluntad había escogido, a pesar de que su inteligencia les recordaba que tal desobediencia era contra razón.
Pero sus voluntades se fueron alejando de Dios, y como consecuencia de ello sus inteligencias fueron aceptando como verdadero el mal que su voluntad había escogido.
La voluntad de desobedecer se fue afianzando, haciéndose cada vez más profunda, mientras la inteligencia iba buscando más y más razones para que les resultase más justificable.
Finalmente, este proceso llevó al pecado mortal que se dio, en un momento concreto, a través de un acto de la voluntad. Es decir: cada ángel llegó un momento en que no sólo quiso desobedecer, sino que incluso optó ya por tener una existencia al margen de la Ley divina, un destino aparte de la Trinidad, un destino autónomo.

Los que perseveraron en este pensamiento y decisión, comenzaron un proceso en que se trataron de autoconvencer de que Dios no era Dios; que era un espíritu más.
Que podía ser su Creador, pero que en Él había errores, fallos.
Comenzaban a acariciar la posibilidad de una existencia aparte de Dios y de sus normas; una existencia más libre.
Las normas de Dios, la obediencia a Él y a su voluntad aparecían como algo opresor, pesado.
Dios comenzaba a ser visto como un tirano frente al cual había que liberarse. Comenzaba a convertirse para ellos en el mal. Y así comenzaron a odiarle.
Las llamadas de Dios hacia estos ángeles para que volvieran hacia Él eran vistas como una intrusión inaceptable. En esta fase, el odio en unos creció más, en otros menos.

 

Puede sorprender que un ángel llegue a odiar a Dios, pero hay que entender que Dios ya no era visto para ellos como un bien, sino como un obstáculo, una opresión, como la falta de libertad.
Ya no era visto como un Padre, sino como fuente de órdenes y mandatos.
El odio nació con la energía de sus voluntades resistiendo una y otra vez a las llamadas de Dios que, como un Padre, los buscaba.

 

Por supuesto que muchos que se fueron en un primer momento, volvieron. Esta es la gran lucha en los cielos de la que se habla en Apocalipsis 12, 7-9:

“Y se entabló un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchando con el Dragón. Y el Dragón luchó y sus ángeles, pero no tuvieron fuerza, no volvió a encontrarse su sitio en el cielo. Fue expulsado en gran Dragón, la Serpiente antigua que se llama Diablo y el Adversario, que engaña al orbe entero. Fue expulsado a la tierra, y sus ángeles fueron expulsados con él”.

Teniendo en cuenta que los ángeles no tienen cuerpo, el único combate que pueden entablar entre ellos es intelectual. Sus únicas armas son los argumentos intelectuales: los ángeles daban argumentos a los rebeldes para que volvieran a la obediencia, y los rebeldes daba sus razones para fundamentar su postura para introducir la rebelión entre los fieles.
Hubo bajas en ambos bandos: ángeles rebeldes regresaron a la obediencia, y ángeles fieles fueron convencidos y seducidos con los razonamientos malignos.

 

La transformación en demonios fue progresiva.
Cada ángel fue deformándose más y más, cada uno en unos pecados específicos. Como ángeles, cada uno había recibido de dios una naturaleza; como demonios, cada uno se deformó según sus propios caminos extraviados.
Cuando la batalla acabó, los ángeles fueron admitidos a la presencia divina, mientras que a los demonios se les dejó que se alejaran, se les abandonó a la situación de postración moral en que cada uno se había situado.
Como se ve, no es que los demonios sean enviados a un lugar cerrado de llamas y aparatos de tortura donde se les pueda atormentar, ni cadenas que les amarren sus miembros, sino que se les deja como están, se les abandona a su libertad, a su voluntad. No se les lleva a ninguna parte.
Los demonios no ocupan lugar, no hay dónde llevarlos.
Al igual que cada ángel lleva en su interior su propio cielo, cada demonio, esté donde esté, lleva dentro de su espíritu su propio infierno.

 

El momento en que ya no hay marcha atrás es el momento en que un ángel ve la esencia de Dios; porque después de verla, ya nada le podrá hacer cambiar de opinión. El pecado, después de ese momento, es imposible.
El ángel, antes de entrar al cielo, comprendía a Dios; comprendía lo que era, lo que suponía su santidad, omnipotencia, sabiduría, amor…
Después de ser admitido a contemplar su esencia, uno no sólo la comprende, sino que además la ve: ve su santidad, su amor, su sabiduría, etc. y al ver aquello, el espíritu se llena de tal veneración que jamás, bajo ningún concepto, quiere separarse de ello.

Después de haber visto a Dios, jamás nadie podrá escoger algo que le ofenda lo más mínimo. Pues la inteligencia comprendería que sería como escoger estiércol frente a un tesoro.
Por eso el pecado pasa a ser imposible.

 

El demonio queda ligado a lo que ha escogido, desde el momento en que Dios decide no insistir más. Llega un momento en que Dios decide no enviar más gracias de arrepentimiento, porque ve que enviar más solo sirve para que el demonio afiance más lo que a su voluntad ha escogido, es decir, el odio a Dios.
En ese momento, Dios Amor deja a su hijo que siga su camino, que el demonio siga su vida aparte.

 

Ya se ha dicho que en el proceso lento, gradual y evolutivo en el que el ángel se transforma en demonio, y en el que el espíritu angélico debe tomar la decisión de rechazar o no a su Creador, siempre cabe la marcha atrás, en esa batalla de la que habla Apocalipsis 12, 7-9. Pero en ella llega un momento en que ya los demonios se alejan cada vez más. Por lo que no tendría sentido seguir insistiendo.
El Creador respeta la libertad de cada uno.

 

El demonio aparece deforme en las pinturas y esculturas, y es muy adecuado ese modo de representarlo, pues es un espíritu angélico deformado.
Sigue siendo un ángel, es solo su inteligencia y voluntad lo que se ha deformado, nada más. En todo lo demás sigue siendo tan ángel como cuando fue creado.

 

El demonio, en resumen, es un ángel que ha decidido tener su destino lejos de Dios; que quiere vivir libre, sin ataduras.
La soledad interior en que se encontrará por los siglos de los siglos, los celos de comprender que los fieles gozan de la visión de un Ser Infinito le llevan a echarse en cara su pecado una y otra vez. Se odia a si mismo, a Dios, y a los le dieron razones para alejarse de Él.

 

Como se ve, el proceso tiene una extraordinaria similitud con el proceso de envilecimiento de los seres humanos. No olvidemos que somos un espíritu dentro de un cuerpo. Si prescindimos de los pecados relativos al cuerpo, el proceso psicológico que lleva a una persona buena a acabar siendo un mafioso, o un guardia de un campo de concentración, o terrorista es, en sustancia, el mismo.
El concepto de pecado es igual en el espíritu angélico que en el del ser humano, pues los pecados de este son siempre pecados del espíritu, aunque los cometa con su cuerpo, ya que el cuerpo es sólo un instrumento de lo que ha decidido el espíritu con su libre albedrío.
Solo tenemos que mirar a nuestro interior para comprender como uno puede caer en el pecado, como puede llegar a envilecerse.
Es entonces cuando el pecado de los ángeles nos empieza a parecer más cercano y menos incomprensible.


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