Existe, también, un cierto paralelismo entre la astronomía y la demonología.
Un sistema solar es como especie de parábola de lo que es Dios, los ángeles y los demonios.
Dios sería el sol, sobre el que giran el resto de los astros, que serían los santos y ángeles. El sistema de rotación de los satélites alrededor de los planetas sería la iluminación entre seres angélicos; pero, aunque giren alrededor de un planeta, también rotan alrededor del sol. Dios es el centro por más intermediaciones que haya.

 

Los demonios serían esos cuerpos que se han alejado de la atracción del sol.
El sol les atrae, no deja de atraer nunca, no deja de iluminar, de dar calor. Sin embargo, esos cuerpos se han alejado tanto (libremente) que viven en las tinieblas exteriores, en el vacío y la oscuridad. Ya están irremisiblemente fuera del alcance de su atracción y su luz. El sol no les priva de su luz, son ellos los que han preferido dirigirse en dirección opuesta.

 

Esta parábola astronómica también ofrece luz sobre el tema de dónde está la raya divisoria entre la salvación y la condenación eterna.
Uno puede estar muy lejos, pero si está unido por la gravitación del sol, está unido a Él. Mientras que, si uno vaga ya completamente por libre, ajeno ya a esa gravitación, eso es la condenación eterna.

En cambio, si vemos esta parábola astronómica desde la superficie de la tierra, hay que hacer ciertos cambios (añadir las estrellas) pero también añadir ciertos matices (incluir la luna).
Dios sería el Sol, la Virgen la Luna, y los ángeles las estrellas. La diferencia entre la luz del Sol y la de las estrellas sería la diferencia entre el ser de Dios y el de los espíritus angélicos, donde los angeles serian un pálido y débil puntito de luz frente a la luz cegadora de Dios. Asimismo, la diferencia entre la luz de las estrellas y la de la Luna sería entre los ángeles y ella.


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