El demonio no goza de ninguno de nuestros cinco sentidos, solo goza con su inteligencia y su voluntad.
Puede parecer poca cosa, pero no lo es. Los placeres intelectuales pueden ser tan variados como los de nuestros cinco sentidos; en realidad, son mucho más variados.

El gozo que nos proporciona un concierto, una partida de ajedrez, un libro, son placeres eminentemente espirituales, aunque esa información llegue a nuestro espíritu a través de apariencias sensibles.
El mundo espiritual, visto por nosotros desde nuestro mundo, puede parecer insípido, aburrido… pero es un error. El mundo espiritual es mucho más variado, rico y placentero que el que nos ofrece el cosmos material.


Los demonios, por lo tanto, gozan de los placeres, pues sus dos potencias espirituales (conocimiento y voluntad) siguen intactas; el obrar de su naturaleza se mantiene intacto a pesar del alejamiento de Dios.


Lo que no pueden hacer es amar a nadie con un amor sobrenatural. La capacidad de amar ha quedado aniquilada en la psicología del demonio.
El demonio conoce, pero no ama.


El placer que logra al tener éxito en hacer un mal es exactamente el mismo que siente una persona cuando logra vengarse de su enemigo.
Se trata de un placer lleno de odio.


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