
“Que nadie al ser tentado diga: ‘De Dios me viene la tentación’, pues Dios no puede ser tentado para el mal, ni Él tienta a nadie” (Santiago 1, 16)
Este versículo nos enseña dos cosas:
La primera, que Dios no puede ser tentado. Porque ¿Qué puede ofrecer la tentación a Dios que Él no tenga? ¿Qué disfrute, qué placer, qué gozo se le puede ofrecer que no posea ya?
En Dios la tentación es metafísicamente imposible, pues ésta no tiene nada que ofrecerle.
La segunda, es que Dios no tienta a nadie. Dios es bueno, por eso no puede tentar nunca al mal. Dios solo puede conducir hacia el bien, nunca presentarnos el mal como bien, nunca inducirnos a error.
Si Dios no puede ser tentado, ¿por qué el Diablo tentó a Jesús?
Pues porque Dios hecho humano sí que podía ser tentado. Así también es imposible que Dios sufriera, pero Dios encarnado sí que podía sufrir.
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