Un espíritu (como un alma) es indestructible, no sufre rozamiento, no sufre desgaste, no puede ser dividida. El espíritu no puede morir; cometa los pecados que cometa, seguirá existiendo, por más que quiera morir la vida no huirá de ella.
Lo que queremos decir con expresiones como “pecado mortal”, “muerte eterna” y otras similares, es que la vida sobrenatural de un alma o un espíritu sí que puede morir.
El pecado mortal acaba con la vida sobrenatural.
El espíritu sigue existiendo, pero con una vida meramente natural. La voluntad y la inteligencia, con todas sus potencias, siguen operando, pero ya no hay vida de la gracia. El espíritu, en cuanto a la gracia, está como un cadáver.
Esta expresión puede parecer exagerada, pero es exacta.
El espíritu que peca mortalmente es como un cadáver inanimado, por la gracia santificante. Desde ese momento solo vive para la naturaleza y por su naturaleza; su espíritu está desprovisto de toda sobre-naturaleza.


Y desde el momento que la gracia ha dejado de vivificar un espíritu, sucede lo mismo que con un cuerpo que ya no está vivificado por un alma, comienza la corrupción.
Así como un cuerpo comienza a transformarse en corrupción, el espíritu comienza a corromperse en la medida en que su voluntad va cediendo.


Son muchos los seres humanos que viven solo para la naturaleza de su ser, olvidando completamente su sobrenaturaleza que Dios les daría gustoso.
El nivel de corrupción varía mucho según la persona. Pero si pudiéramos asomarnos a los espíritus de algunos de ellos, veríamos que son verdaderos cadáveres que expiden una fetidez exactamente igual que la de un cadáver descompuesto desde hace tiempo.


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