
“Cada uno es tentado por su propia pasión viéndose arrastrado y seducido. Después, la pasión, cuando ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado cuando llega al final, alumbra la muerte”. (Santiago 1, 14-15)
El apóstol Santiago, en dos versículos describe, con una increíble profundidad de principio a fin, el proceso hacia la muerte del alma.
El pecado no se produce ni por que sí, ni de golpe, ni es algo que abruptamente cae ante nosotros de modo súbito sin que tengamos culpa, sino que hay todo un proceso que es el que describe el apóstol.
El proceso descrito es el siguiente:
Las pasiones
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El pecado se gesta
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Se da a luz el pecado
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El pecado vuelve a comenzar una gestación
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Se da a luz la muerte.
La imagen de una mujer gestando en su vientre durante meses a un niño es imagen de la persona que gesta en su interior la iniquidad.
El pecado es cierto que aparece en un momento dado, en un momento concreto. Un segundo antes no hay pecado, un segundo después, sí. Pero ese pecado se produce, sale a la luz, porque antes ha habido una gestación previa.
Y así como en la zoología, cuanto más larga es la gestación, más grande es lo que se da a luz, en el campo espiritual cuanto mayor es el pecado, más larga es la gestación que es necesaria para dar ese paso.
Aquí está la respuesta a esa pregunta que tantas personas se hacen de cómo es posible que tal o cual persona haya cometido tal o cual barbaridad.
Ninguna barbaridad moral aparece sin un proceso; proceso que está oculto a los ojos de los demás, pero que se va desarrollando en el interior de la persona.
La seducción y la voluntad actúan como el espermatozoide y el óvulo. La pasión trata de abrirse camino, de penetrar en la voluntad; pero si ésta no la acoge, la seducción queda estéril, no produce nada.
Mientras la voluntad se cierre, ni millones de espermatozoides lograrán penetrar en el seno de la voluntad. Pero si la voluntad acoge la seducción, se produce la concepción del pecado.
Aun así, el pecado puede ser eliminado. Pero si no es eliminado, se reproducirá. El pecado engendra más pecado, se reproduce, aumenta en cantidad, cambia cualitativamente hacia peores faltas.
Si el primer pecado tiene detrás de sí un proceso previo, también el pecado que se deja vivir comienza un nuevo proceso que lleva a la muerte: la muerte del alma. Y la muerte del alma lleva a la muerte eterna.
El alma invadida por el pecado es como un alma muerta, pues no tiene vida sobrenatural dentro de sí. Y si el alma muerta decide permanecer hasta el final en ese estado de corrupción, eso lleva a la muerte eterna, a la condenación.
Conocer todo esto nos lleva a valorar más la gracia divina, que en cualquier momento de este proceso (mientras no se haya producido ya la muerte eterna) puede vivificar el alma.
El perdón de Dios no es sólo perdón, sino vivificación. Y lo dicho aquí para el pecado y las pasiones vale, solo que, al revés, para la gracia y la virtud.
La vida en Cristo es un proceso, una vida que se desarrolla.
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