El tiempo es el mejor medio para discernir si algo es un problema psiquiátrico o es acción del demonio.
Si una visión, locución o algo que parece extraordinario es una enfermedad mental, se desarrollará inevitablemente; las psicosis tienden a desarrollarse, no se quedan estancadas, y el tiempo acaba desarrollándolas de tal manera que todo acaba quedando claro.

Pero cuando alguien viene refiriendo un caso de visión, y le piden a un teólogo que discierna, la mayoría de las veces es absolutamente imposible; pero al cabo de unos meses los casos más oscuros quedan claros. Y si se deja que la enfermedad siga su curso, al cabo de unos años queda claro el asunto hasta para los familiares más neófitos en esta materia.


Por ejemplo:
Si una penitente desconocida se arrodilla en el confesionario y le dice al confesor que la Virgen le ha dicho de forma audible que la quiere y que sea buena, el sacerdote no puede saber si tiene a una persona que ha experimentado una alucinación, o una locución.
Probablemente ni el mejor teólogo del mundo lo podría saber.
Pero si la confiesa durante un año, la cosa estará cada vez más clara, y aún en menos tiempo pues, si la penitente está enferma, irá desarrollando la enfermedad y dirá que la Virgen le revela más y más cosas, y éstas cada vez más peregrinas. Y si se deja pasar cinco años más, al final lo normal es que la enfermedad quede patente no solo al confesor, sino hasta a sus familiares, ya que el carácter absurdo e ilógico de las alucinaciones suele desarrollarse, ya que se trata de una enfermedad; y las patologías mentales, conforme avanzan, suelen desligarse cada vez más y más de las leyes de la lógica.


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