El mundo material se rige por leyes y casualidades materiales; pero a veces se nos pregunta si tal enfermedad, tal desastre, tal accidente, fue causado por el demonio.
Para responder a esa pregunta se podría formular esta máxima:


NIHIL PER DAEMONIUM, NISI DEMONSTRATUM
Nada tiene su causa en el demonio, mientras no se demuestre lo contrario

Esta regla no es perfecta, ya que, por ejemplo, aunque yo crea que una tentación tiene su origen en mí, puede proceder del demonio sin yo ni siquiera sospecharlo. Esto también es válido para cualquier otro ámbito en que lo externamente natural pudo tener su causa en una oculta intervención demoníaca.

No obstante, vienen más beneficios de seguir tajantemente esta regla que he expuesto, que de dejarse llevar de una sospecha continua.
Rotundamente hay que afirmar que lo natural tiene una causa natural.
Un científico solo puede achacar a causas no físicas solo aquellos fenómenos que, de ninguna manera, se pueden explicar por causas de este mundo material. Eso sí, tampoco es más científico si, a toda costa, quiera explicar los hechos preternaturales con las leyes de este mundo.
Un hecho como el que una virgen de escayola llore sangre humana (caso de Civitavecchia, Italia) es un hecho preternatural.


Si un científico se empecina en explicar eso con razones naturales, lo único que demuestra es lo poco razonable que puede llegar a ser. Es decir, demostraría que está usando la razón a su antojo, como un medio para llegar a una verdad que ya ha decidido de antemano.

Y así, ante determinados, hechos, ciertas personas a pesar de sus titulaciones actúan tan irracionalmente como un brujo caribeño danzando alrededor del fuego. Danzan alrededor del fuego de la razón, pero son sus decisiones tomadas de antemano las que guían sus movimientos en esa danza.

Normalmente, cuando un hecho es brutalmente preternatural y no cabe escapatoria alguna por poco razonable que sea, este tipo de científicos tozudos suelen sacarse de la manga una solución que vale para todo: los poderes de la mente pueden hacer milagros.


El científico no cree en los milagros, te dicen, y por lo tanto si dices que lo has visto ante tus mismos ojos eres un alucinado.
Pero si el milagro ocurre delante de sus mismos ojos, la respuesta es rápida: los poderes de la mente…
Allí, en esos poderes, cabe todo. No importa que sea una estigmatización, la licuación de una sangre coagulada (casos de la sangre de San Genaro y San Pantaleón), no comer nada durante años (caso de Teresa Neumann, Austria, etc., etc.


Los escribas y fariseos no tuvieron en cuenta los milagros de Jesús porque encontraron una excusa perfecta para tranquilizar su conciencia: los hace con el poder del demonio, dijeron.
Hoy día, esa excusa queda inapropiada y hasta fea, sobre todo si uno es ateo. De ahí que apelar a los poderes de la mente, las fuerzas del universo, o el consabido “solo conocemos un 5% de lo que nos rodea”, queda mejor.


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