
Sí, el demonio puede provocar estigmas.
Yo me resistí a creer tal cosa porque consideraba que los estigmas era un fenómeno de carácter esencialmente externo que suponían una especie de ratificación divina respecto del sujeto que los portaba.
Es decir, otros fenómenos místicos son ocultos y son dados para bien de la persona que los posee, pero la estigmatización se da esencialmente para los demás; por eso son marcas externas.
Por ejemplo, una locución o una visión profética sobre un hecho futuro son fenómenos que quedan en el interior de la persona, pero una estigmatización no. Y son, creía yo, una especie de confirmación divina de la santidad del que los porta.
San Pablo afirma “que nadie me moleste pues llevo en mi cuerpo las marcas de Cristo” (Gálatas 6, 17).
De este versículo caben varias interpretaciones, todas plausibles; pero si está hablando de estigmatización, entonces a primera vista parecería corroborar la impresión de que suponen una especie de manifestación del favor divino; impresión espontanea, por otro lado, entre la gente que conoce tal fenómeno. Pero, aunque esto sea así, lo cierto es que más delante conocí varios casos de pseudomesías que padecían sangrado de sangre en ciertas partes de su cuerpo. El caso que vi por filmaciones no eran propiamente estigmas, sino que la piel sangraba.
¿Qué conclusión sacamos de todo esto?
Que el mismo Dios que nos da los signos para conocer la verdad, nos ha dado la inteligencia para discernir los signos. El Dios de la inteligencia se ha complacido en proponernos este tipo de estigmas para que los resolvamos.
La estigmatización es un signo divino, pero incluso los signos divinos deben ser discernidos.
En cualquier caso, el origen de un caso de estigmatización, como de cualquier otro fenómeno místico, se deducirá de los frutos que produzca en la vida de esa persona; por sus frutos los conoceréis.
Los frutos del Maligno son soberbia, desobediencia; pecado, en definitiva.
Los frutos del alma de Dios son la humildad, la obediencia, la vida sacrificada… la virtud.
Vuelvo a repetir que, el hecho de que los estigmas puedan ser producidos por el demonio es algo muy anecdótico y accidental, pero la enseñanza que se extrae de ello es muy importante para cualquier campo eclesiástico: todo puede falsificarse, menos la virtud.
Los signos, los razonamientos de los teólogos, las buenas razones, las intenciones… todo es susceptible de ser torcido o manipulado. Lo único que no puede fingirse las 24 horas del día, los 365 días del año, es la virtud.
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