Como ya se ha dicho, el demonio no lo sabe todo. Ni siquiera saben todo lo que sucede en la tierra.
Los demonios recorren este mundo, están entre nosotros, pero yendo y viniendo. Los espíritus malignos, de un modo muy especial, vigilan a los santos.

A los demonios no se les pasó por alto que Jesús era un hombre especialmente santo. El Maligno veía que Jesús era un hombre especialísimamente santo; veía que Jesús y María eran los humanos más santos que habitaban la tierra. No percibía en ellos la comisión de ningún pecado, ni siquiera de imperfección moral alguna.

El Diablo puede ser un pecador, pero sopesa y pondera perfectamente la virtud. En este aspecto podemos decir que es un consumado valorador de la virtud, un consumado tasador de joyas espirituales.
Esta tarea, la de valorar la realiza como el más perfecto maestro de vida espiritual.
Pero a pesar de que Jesús y María eran vigilados, él solo veía su cuerpo. La Divinidad de Jesús es un atributo invisible.

Cuando dieron comienzo los milagros de la vida pública de Jesús, los demonios cada se preguntaban con más insistencia si aquel era un profeta más, o era el Mesías.
La sospecha poco a poco daría lugar a la certeza. La sospecha iba creciendo no sólo por lo que hacía, sino también por lo que decía y enseñaba.
Puede que los apóstoles en algunas ocasiones escucharan a Jesús amodorrados y aburridos; desde luego los que no se perdían ni una palabra eran los demonios.
Tras deliberaciones y análisis entre ellos, la certeza de que Él era Dios pronto, muy pronto, debió quedar clara.


Pero, aunque les quedó claro que aquel hombre no era un hombre más, el asunto hubiera sido complejo para un teólogo humano.
Moisés había hecho milagros más espectaculares. Es cierto que Jesús hacia milagros que iban más allá de una naturaleza angélica (resucitar a muertos, por ejemplo); pero contra eso se podía alegar que en el fondo no era él -Jesús- el que los hacía, sino su padre Dios. Y si los hacía él -Jesús- por su propio poder y no Dios padre, ¿cómo distinguir de donde procedía el milagro, ya que ellos sólo veían en efecto?
El asunto no era sencillo, pero pronto les quedó claro como buenos conocedores de la Teología que son, que aquel hombre era Dios encarnado. Y así se manifiesta en las posesiones cuando, por ejemplo, le dicen: “¿has venido a atormentarnos antes de tiempo?”. Al decir eso muestran que sabían que Él era Dios, el mismo Dios que al final de los tiempos, en el Juicio Final, les condenaría.


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