Fueron víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64, fueron acusados de haber incendiado la Urbe.
Por orden del emperador Nerón, algunos fueron asesinados después de crueles tormentos; otros, cubiertos con pieles de fieras, fueron entregados a perros rabiosos. A los demás, tras clavarlos en cruces, les quemaron para que, al caer el día, alumbrasen la oscuridad.
Eran todos discípulos de los Apóstoles, y fueron los primeros mártires que la iglesia de Roma presentó al Señor.

Episodios como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o el de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tan horrendos que suscitaron un sentido de compasión en el mismo pueblo romano.
“Entonces —escribió Tácito— se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón.

La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.


Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios

Crea tu propia página web con Webador