ENFERMEDAD PSIQUIÁTRICA Y VIDA CRISTIANA

Patología psiquiátrica:
-bioenfermedades
-psicoenfermedades
-pnemoenfermedades
Aunque ya antes en dos cuestiones he abordado el tema de la psiquiatría, en una cuestión en relación al demonio, y en otra en relación al poseso, ahora acabada toda la obra he visto la utilidad de decir algunas cosas más en relación a la vida cristiana.
No creo que sea muy necesario insistir en que una cosa es la enfermedad mental y otra distinta la vida espiritual. Uno puede ser una persona muy religiosa y, sin embargo, sufrir una enfermedad mental. Uno puede llegar a ser un santo y a pesar de ello comenzar a sufrir una patología psiquiátrica. O incluso santificarse en la enfermedad. Dejando claro, por tanto, desde el principio la diferencia que hay entre la mente y el espíritu, quiero al mismo tiempo profundizar algo más en la relación tan íntima que existe entre la vida espiritual y la salud mental.
La vida espiritual cristiana influye del modo más benéfico que nos podamos imaginar sobre la salud mental. La obediencia a los diez mandamientos, la sumisión de la voluntad a las mortificaciones que la Iglesia ha dispuesto para sus fieles, la práctica de la mortificación y de la penitencia suponen una verdadera escuela de fortalecimiento de la voluntad. La voluntad se fortalece, se acostumbra a imponerse sobre los movimientos desordenados que subyacen en todo ser humano. Esas pasiones desordenadas abandonadas a sí mismas, sin una voluntad que las controle, son la semilla de pulsiones que pueden arrastrar a la psique a verdaderas patologías que con el tiempo se vuelven incontrolables.
En el momento que los enfermos llegan al despacho del psiquiatra, esas pulsiones sí que son fuerzas ya ingobernables para el sujeto que las padece. Ésa es la razón de que el que las sufre pida ayuda al médico: la imposibilidad de un dominio. Pero al principio, años antes, sí que en la mayor parte de los casos esas mismas pulsiones (antes de llegar a serlo) habían sido tendencias controlables a través del consejo del sacerdote en el confesonario y de la acción de la gracia del sacramento del perdón.
Todos los sacerdotes que ejercemos el sagrado ministerio de la confesión sabemos que hay penitentes que si durante años y años no hicieran continuos actos de arrepentimiento, si no estuviera la voluntad de ellos conteniendo día tras día esas bajas inclinaciones, si se abandonaran a esos instintos, esas pasiones se transformarían en fuerzas destructoras de la persona en la que radican. Pero gracias al esfuerzo y a la acción de la gracia, lo que con el tiempo se hubiera transformado en una fuerza obsesiva se queda en una mera tendencia contra la que el sujeto lucha semana tras semana. Teniendo la impresión de no avanzar, de no vencer, desmoralizándose a veces, pero inconsciente de lo que hubiera sido su futuro sin ese esfuerzo y esa lucha.
Muy por el contrario de lo que afirma una buena parte de los psiquiatras, la represión de las pasiones no es fuente de enfermedad sino el medio por el que se fortalece la voluntad. La voluntad, como un músculo, debe ser robustecida y consolidada a través de repetición de actos en todo ser humano. Las pasiones, cualquiera de ellas y muy especialmente la sexual, sin control, se trasforman en fuente creciente de insatisfacción. La insatisfacción no nace de la represión, sino de la pasión. Uno podría pensar que cuanto más satisfagamos una pulsión más aquietado quedará ese apetito. Pues no. Todo lo contrario. Cuanto más exacerbado e incontrolado sea un impulso, mayor será la insatisfacción, con independencia de que ese impulso obtenga más o menos veces la consecución de sus fines. Eso será indiferente. Cuanta mayor es la pasión, mayor es la insatisfacción. Por ejemplo, cuantas más medidas de seguridad toma un paciente con pánico a las arañas, más miedo siente a ellas. La insatisfacción de haber logrado una seguridad aceptable está en relación directa y proporcional a las medidas que tome. Cuantos más medios disponga para protegerse de las arañas, más insatisfecho estará de su seguridad. Cuanto más ceda a esa pulsión, más aumentará esa insatisfacción. Por mentar otro campo mucho más común en el mundo psiquiátrico, el más insatisfecho sexualmente, paradójicamente, será no el célibe, sino el ninfómano.
Este mismo mecanismo de la psique se puede trasladar a todo tipo de pulsiones. Desde el desaforado impulso de proteger en el síndrome de Munchausen por poderes, al impulso de huir de determinados espacios en la agorafobia o al impulso a satisfacer las fantasías sexuales de dominación. Pues la, aparentemente, más inofensiva pasión, miedo o impulso es una semilla de desequilibrio sin una voluntad que la controle. Por lo tanto el fortalecimiento de la voluntad es la primera tarea del psiquiatra a la hora de controlar los impulsos, y también es la primera tarea de todo sacerdote en la dirección de las almas. La practica de la penitencia corporal (ayunos, cilicios, disciplinas) supone el triunfo de la voluntad sobre las partes rebeldes de nuestra psique. La cruz frente a la insatisfacción. La cruz es la medicina que cura la no resignación, que sana la no aceptación de la situación real, que somete a la persona a sufrir por amor a Dios lo que sea, a aceptarse uno con todas sus propias limitaciones y a luchar contra esas partes negativas de un modo progresivo, optimista y continuado.
El mero hecho de tener que confesar los pecados es una fuente de higiene mental. El tener que confesar lo que más averguenza, los secretos más oscuros de la mente, supone un proceso de autoeducación desde la infancia en orden a desnudar nuestra psique para someterla al juicio ajeno. Ya sé que la confesión es ante todo y sobre todo una gracia. Pero Dios podía haber otorgado esa gracia sin necesidad de confesar los pecados, como sucede en el bautismo. Mas el Redentor, conocedor perfecto de la mente humana y sus mecanismos, dispuso esta sanísima norma de salud psíquica: la confesión oral de los pecados con su número y especie. Cuanto más le cuesta a alguien desvelar esas intimidades, más necesitado está de su valor terapéutico.
Y si insisto en hablar de la confesión o los mandamientos o la penitencia corporal desde un punto de vista natural (y no sobrenatural), es para mostrar como las prácticas y enseñanzas de la Iglesia lejos de ser antinaturales, son el correctivo más adecuado para nuestra naturaleza, Pero como ya he dicho, además, está el aspecto de la gracia, mucho más importante.
Para los creyentes, la oración y los sacramentos son fuente invisible, diaria y poderosa de corrección de esos aspectos de nuestra naturaleza mental que se pudieran desvíar. Y entre todos los medios con los que cuenta la Iglesia, sin duda, la comunión diaria, la recepción del Cuerpo de Cristo, es la medicina más grande que existe para la salud mental de cualquier persona sea cual sea su enfermedad. Si el contacto de Jesús sanaba a todo tipo de enfermos, también estos enfermos, los mentales, deben acercarse a Jesús en busca de la salud de su mente. Aunque la enfermedad tuviera un origen meramente químico, Jesús es médico de toda enfermedad.
Nuestro Redentor sigue sanando todo tipo de patologías. Pero lo explicado y el hecho de que Él sane, no significa que el origen de la enfermedad esté en lo espiritual. Los remedios espirituales cristianos (sacramentos, oración, buenas obras) nos merecen premio para la vida eterna, pero además constituyen una medicina para la mente. Lo cual no significa que esos remedios espirituales curen todo, ni mucho menos, ni que sustituyan a la psiquiatría, ni que las patologías psiquiátricas tengan su origen en el pecado o en el debilitamiento de la voluntad. No es eso lo que se ha dicho. A veces una afirmación es cierta, pero su reverso no lo es. Si es cierto que los sacramentos son fuente de salud, no es cierto que todo se cure con ellos. Si es cierto que el fortalecimiento de la voluntad es beneficioso para la psique, no es cierto que la debilidad de la voluntad sea la causa de todas las patologías psiquiátricas, por supuesto.
Uno es el campo de la enfermedad y otro el campo de la virtud. El santo puede volverse loco, el pecador puede estar sano como una manzana, psiquiátricamente hablando. Son campos distintos y diversos, aunque tampoco están incomunicados, sino por el contrario muy interconexionados. Esta conexión (y también su desconexión) queda patente si observamos que hay tres grupos de enfermedades si atendemos a su origen:
FISIOENFERMEDADES MENTALES:
aquellas de origen químico o biológico
Son aquellas enfermedades que tienen un origen material y meramente material, no olvidemos que el cerebro es un órgano. Un desequilibrio químico o biológico de esas células basta para estropear esa máquina de producir pensamientos y que el pensamiento que produzca desde entonces esté viciado. Sin duda, por citar un solo ejemplo, la esquizofrenia paranoide sería una enfermedad típica de este apartado.
PSICOENFERMEDADES MENTALES:
aquellas de origen psíquico
Son aquellas cuya causa en vano la buscaremos en el órgano físico, sino en el inmaterial funcionamiento de la mente. Por ejemplo, un trauma que genera una fobia es una enfermedad típica de este apartado.
PNEMOENFERMEDADES MENTALES:[1]
aquellas de origen espiritual
Son aquellas que tienen su origen en una pasión desordenada. Es decir, su origen está en algo que nada tiene de patológico y cuyo carácter morboso reside en haberse impuesto lentamente sobre la voluntad de un modo tiránico. Se trata de algo de una etiología que no tiene ningún misterio desde el punto de vista de la psiquiatría y que es un mero y simple acto éticamente desordenado. Pero ésta repetición de actos, sin una voluntad que oponga resistencia, llega a mostrar carácter patológico. Un ejemplo de esto es el ludópata o el obseso sexual.
Ni que decir tiene que buena parte de las psicoenfermedades mentales se atenuarían muchísimo con una vida espiritual que sería una fuente de salud mental y de contención de los aspectos desordenados de esa psique. El origen de las psicoenfermedades mentales puede radicar exclusivamente en la psique (con total independencia de la vida espiritual de la persona), pero esa vida cristiana supone el mejor escenario mental para regular de nuevo esos aspectos psíquicos desordenados.
Incluso las personas que padecen una bioenfermedad mental sobrellevarían con mucha más paz y resignación esa cruz si fueran personas fervientemente religiosas. Por ejemplo, un paranoico, aun delirando, podrá recurrir al apoyo de un Dios Padre que le protege frente al enemigo que está conspirando. Incluso el esquizofrénico frente a la imagen alucinatoria de una serpiente suelta en su casa, podrá recurrir a la idea confortadora de una plegaria a la Virgen María que le protegerá.
Las pnemoenfermedades mentales tienen su origen y causa inicial en un campo meramente espiritual, en un vicio por hablar claro, también estos enfermos encontrarán no sólo ayuda en la psiquiatría, sino que en la mayor parte de los casos será necesaria esa intervención de especialistas psiquiátricos, pero al fin y al cabo hay que poner orden en ese alma. Y mientras no se ponga orden, el origen de ese desorden mental permanecerá. Y ese orden tiene que ver más con la paciente y artesanal labor de un confesonario (aunque la haga un psiquiatra), que con la fría labor de un médico-técnico que aplica un fármaco o que pone en práctica una terapia experimental recién traída de una universidad de Helsinki.
El origen de la enfermedad mental siempre es uno de estos tres, no puede haber más orígenes. No obstante, hay que tener en cuenta que una pnemopatología mental en la medida es que sea más profunda irá implicando más desórdenes de otro tipo en el campo de la psicopatología mental. Dicho de otro modo, un vicio cuanto mayor es, si llega a constituirse en enfermedad mental (pnemopatología), acaba produciendo psicoenfermedades mentales. Es decir, una pnemoenfermedad se va ramificando hacia otras partes de la psique y mostrando nuevos rasgos que nada tienen que ver con el origen espiritual de la patología que desencadenó el proceso de desestructuración de la psique. Al final todo está enmarañado y es difícil discernir dónde comienzan las ramas y dónde el tronco. Pero en las pnemoenfermedades el tronco fue un desorden de carácter inicialmente moral. También en la consulta de un psiquiatra lo que más puede llamar la atención puede ser una fobia o un complejo, pero como en el que caso de las ramas de un árbol la enfermedad troncal puede ser algo menos vistoso que la fronda. Lo malo de las enfermedades psiquiátricas, es:
- Que en estos casos las ramas, una vez formadas, tienen vida propia aunque cortáramos el tronco.
- Que nunca queda muy claro donde acaba una rama y empieza un tronco. Por el contrario todo parecen ramas interconectadas sin tronco alguno.
Por ejemplo, una persona decide no poner ninguna traba a la búsqueda de la satisfacción sexual, en esto no hay nada patológico. Pero al cabo de unos años no sólo se abandona sin restricción ninguna a una búsqueda del placer sexual sino que comienza a buscarlo de modo desaforado. En un tercer paso esa búsqueda del placer le lleva a buscar objetos cada vez más extraños que sacien ese ansia. La búsqueda de objetos cada vez más retorcidos, cada vez más alejados de la razón natural, comienza a presentar desviaciones ya muy innaturales. Esas desviaciones van comprometiendo otros ámbitos de contención moral, comienza a nacer un sentimiento de culpa cada vez más dañino. No es la culpa que lleva al arrepentimiento y a la enmienda, sino que es la autoinculpación cada vez más intensa, cada vez más lesiva del que se siente irreformable. El sentirse irreformable le lleva a tener una concepción de sí mismo cada vez peor, cada vez más infame, nace otra ramificación patológica de la enfermedad troncal. La enfermedad troncal al mismo tiempo le lleva a temer ser descubierto, ese temor cada vez más incontrolable desemboca en otra nueva enfermedad, una fobia social que se manifiesta ante situaciones muy específicas en las que se siente descubierto por los demás en la otra faceta oculta de su ego oscuro, ya tenemos una fobia además de un patológico sentimiento de culpa. De la combinación de la autoinculpación con esa fobia específica puede nacer la imposibilidad de ver fotos de cuando era niño porque ve en esa imagen inocente una reprensión hacia su actual forma de ser, etc, etc.
El mundo de las ramificaciones patológicas es casi infinito. Esto sólo era un ejemplo. Hay patologías que se originan a pesar de la vida que uno lleve. Pero hay otras muchas, la mayoría, que atajadas desde el principio el efecto dominó subsiguiente hubiera quedado abortado.
Hemos de entender que no es negar la ciencia psiquiátrica el afirmar que con una vida moral sana la mayor parte de las enfermedades se quedarían en meras tendencias contra las que el sujeto debería luchar y nada más. Hay que aceptar que la mayor parte de las patologías mentales en su origen y principio (antes de consolidarse como verdaderas patologías) no requieren de complicados métodos, ni terapias conductuales, ni de nada especial, para reprimir estas semillas peligrosas de la psique.
Por supuesto que cuando el enfermo llega al psiquiatra ya no puede resistir aunque quiera, pero en un principio sí que podía. Dicho de otro modo, la enfermedad no se desarrolla no porque no pueda resistir, sino que no puede resistir porque ha dejado que se consolide como enfermedad.
Como se ve si tuviéramos que resumirlo todo diríamos que los viejos manuales de confesores contenían una ciencia psicológica muy profunda, eran verdaderos manuales de salud mental. Mientras que Freud con su verborrea revistió de términos científicos y complejidad lo que desde el principio había sido mucho más sencillo de lo que imaginaron. Porque el austriaco no entendió que lo que él creía que era causa de la patología, en realidad era efecto de un desorden espiritual. La pulsión no es la causa de la patología sino el efecto de un desorden anterior. Por lo tanto el especialista psiquiátrico en no pocos pacientes no ha de pasarse la vida apagando los fuegos de esas pulsiones, volverán a encenderse, sino que lo que debe tratar es de poner en orden toda la vida moral de la persona. Vida moral que forma como un edificio armónico, proporcionado, en el que todas las partes se sujetan entre sí. Vida moral en la que la persona refuerza su voluntad y se llena de alegría de vivir, vida moral sana en la que pide perdón de sus faltas, se siente perdonado y se esfuerza bajo una curativa dirección espiritual en luchar por acrecentar sus virtudes.
Esto que he dicho no anula las consecuciones de la ciencia psiquiátrica acerca del poder farmacológico sobre las patologías, ni lo que hoy día sabemos sobre el subconsciente, ni dejo de aceptar la verdadera complejidad que supone tener que bucear a menudo en la psique de la persona por sus pliegues y repliegues en busca de la combinación de causas que han desencadenado una morbilidad específica. No, yo no niego las consecuciones de la ciencia psiquiátrica. Lo único que digo es que esas consecuciones, esos esquemas, deben encajarse dentro de este otro esquema, deben encajarse dentro de esta panorámica general que he descrito. Esos mismos logros de la ciencia psiquiátrica pueden enfocarse de un modo y de otro. Y hasta los psiquiatras más materialistas, aquellos que sean más dados a no aceptar la tesis de una línea objetiva separadora del bien y del mal, deben aceptar que la posición de la moral cristiana es una enseñanza no sólo propiciadora de la salud mental, sino incluso totalmente terapéutica.
Por hablar de un modo más concreto, a mí que recibo muchos casos de supuestos posesos, cuando me llega un caso de esquizofrenia paranoide le digo claramente y sin ambages de ningún tipo que debe que ir al psiquiatra, que la solución a su caso debe esperarla en el campo médico. Pero al mismo tiempo que les explico que es necesario que continúen tomando sus medicinas, también les recomiendo que ellos mismos oren y den principio a una vida más cristiana, y acto seguido les doy consejos prácticos y concretos de qué hacer para empezar esa vida religiosa. Nunca pienso que la religión les va enmarañar más su paranoia. Quizá a alguien el mundo de lo religioso pueda suponer un poco de pábulo para su paranoia, un poco, pero también tendrá efectos salutiferos que compensarán ampliamente los problemas de la irrupción de una nueva temática psicótica en su ya trastornada vida.
Si la enfermedad tuvo un origen espiritual, pero ya ha derivado en otras patologías psiquiátricas, también les digo que vayan al psiquiatra. Porque aunque su origen al principio lo hubiera podido atajar un confesor, al final precisará de confesor y psiquiatra. No es fácil encontrar un confesor que sepa de psiquiatría. Pero sí que es más fácil que algunos psiquiatras hagan el paciente papel de director espiritual, y lo hagan bien.
Y en las enfermedades cuyo origen es físico les animo a que sobrelleven esa cruz. La vida es un tiempo de prueba antes de ver a Dios, "acepte esta prueba que el Señor ha permitido en su peregrinaje sobre la tierra", les digo. Un enfermo mental puede llegar a la santidad. Es más, la enfermedad mental muchas veces supone una terrible pasión.
Los enfermos mentales aunque su responsabilidad quede atenuada tienen vida moral. Y así hay enfermos mentales muy profundos que son muy buenos y los hay también malos, e incluso muy malos.
Lo escrito aquí es fácil de simplificar, lo que he dicho está lleno de matices. Ojalá que el mundo de la psiquiatría fuera simple, pero no, es complicado como la enfermedad misma que se trata de curar o paliar. Pero sin duda, hasta los más ateos de los psiquiatras, hasta aquellos que niegan de un modo más rotundo la objetividad de las normas morales, deberán reconocer que la claridad y sencillez del esquema de las enseñanzas cristianas poseen un carácter curativo, simplificador, tranquilizador y afianzador en medio de todas las complicaciones en las que se mueve todo desorden mental.
[1] El término "pnemoenfermedad" se contrapone al término "psicoenfermedad", el "pneuma" (espíritu) frente a la psique.
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