CUESTIONES QUOLIBETALES

El problema (y la alegría) de un libro que se escribe a lo largo de años y se sigue mejorando en los años siguientes es que se va desarrollando como un organismo vivo. O, por seguir la comparación con que comienza la introducción de este libro, como una estructura arquitectónica a la que se van adosando otros ábsides, nuevos transeptos, más contrafuertes.

         A esta edición de Summa Daemoniaca se añaden unas cuantas cuestiones más. Por tan pocas nos ha parecido bien no descolocar la numeración de las ediciones anteriores. Así que hemos colocado aquí agrupadas todas las nuevas cuestiones. Algún día (tal vez) irán colocadas en sus apartados respectivos a lo largo de este libro, de momento forman una especie de apartado de cuestiones quolibetales.


CUESTIÓN 165: ¿UN HOMBRE CONDENADO EN EL INFIERNO PUEDE SEGUIR QUERIENDO A SU MADRE?

La cuestión que se nos plantea aquí es si un condenado puede albergar algún tipo de afecto o cariño hacia algún ser querido del pasado. La respuesta, siguiendo las leyes de la lógica, no puede ser otra que afirmar que eso dependerá del grado de corrupción moral que albergue el corazón de ese condenado. Es difícil imaginar que uno pueda odiar a Dios que es tan bueno, y no odiar a un ser querido que, sin duda, es menos bueno que Dios. Pero esta situación ilógica se da en la tierra. Es decir, alguien puede odiar al Creador y, sin embargo, amar a su madre o a un hijo. Lo mismo sucede en el más allá. No obstante, si la corrupción del condenado es tanta, se llega a una situación en la que cada vez quedan menos cosas que se odien. Sin llegar a los estadios peores de degradación, fácilmente se encontrará que uno odia a todos, incluyendo el cosmos, e incluyéndose a sí mismo. La desesperación del infierno es tal, que no es fácil que ese odio no se haga universal. Aun así, no hay ninguna contradicción en que uno esté condenado y ame a alguna persona en particular, a una o a varias.

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CUESTIÓN 166: ¿SUFRE UNA MADRE EN EL CIELO, VIENDO QUE SU HIJO SUFRE LA CONDENACION ETERNA?

La respuesta es paralela, sólo que a la inversa, a la de la cuestión anterior. Uno puede ser enteramente dichoso, enteramente feliz, y tener un cierto dolor por un ser querido condenado para siempre. Los dos sentimientos no son contradictorios entre sí. Pues aunque el amor procedente de Dios y el amor dirigido a Dios colme de felicidad al bienaventurado, eso no quita nada del amor que una madre siente por un hijo. La madre en el cielo será feliz, enteramente feliz, pero cada vez que se acuerde de su hijo, aun entendiendo que es justa su condena, aun entendiendo que ya nada se puede hacer, no podrá evitar dolerse de ese mal. Aunque cada vez que se acuerde, su voluntad estará tan conforme con la de Dios, tan conforme con el orden de las cosas, que será como una pequeña nube que se deshace de inmediato en medio de un cielo azul.

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CUESTIÓN 167: ¿QUÉ SIGNIFICA "Y DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS"?

El infierno es un estado. Cristo en el abandono de la Cruz sufrió el sufrimiento del infierno pero sin dejar de amar a Dios Padre. Su espíritu se sumió, especialmente en esas tres horas que pendió de la Cruz, en el estado de abandono de Dios, sintió plenamente, con toda intensidad, que le había dejado el Padre. Jesús no había abandonado nunca a su Padre, y ahora éste desertaba. Sin duda Satán le dijo una y otra vez que había vivido engañado. Que Él era sólo un hombre, un hombre que se había creído Dios, pero que era sólo humano. Los milagros, todo lo que creía haber hecho, era fruto de su locura. Estaba abandonado porque en realidad Dios era fruto de su imaginación. La realidad era esa: Roma, el poder de los oligarcas de Jerusalén, las bajas pasiones de la plebe. El resto era una fantasía.

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CUESTIÓN 169: ¿CÓMO PROTEGERSE DE LOS ATAQUES DEL DEMONIO?

Ya se ha dicho que la oración, las buenas obras, la vida espiritual es lo que protege como una armadura, como una coraza, contra los ataques del Maligno. En este sentido no es necesaria una oración específica, sino cualquier oración. La gente a veces busca oraciones muy determinadas (y a veces repetidas de un modo preciso) como trasplantando la mentalidad mágica a la relación con Dios. En realidad, estrictamente hablando, y aunque yo siempre aconsejo oración, hay que tener claro que ni siquiera es la oración la que protege: es Dios quien lo hace. De forma que la práctica de la limosna, las obras de misericordia, todo aquello que nos llena de esa luz espiritual que llamamos la gracia de Dios, la gracia santificante, es lo que mueve a Dios a que derrame más bendiciones sobre nosotros, además de hacernos al mismo tiempo más desagradables nosotros mismos como morada al demonio.

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