LA CIUDAD DE DIOS Y LA CIUDAD DEL HOMBRE

La a Civitas Dei y la Civitas Hominis[1], no son la Ciudad del Bien y la Ciudad del Mal. Sería muy sencillo si fuera así, si todo estuviera concentrado, agrupado y delimitado. Pero el mundo es algo más complejo e intrincado de lo que puede parecer a primera vista. Y no sólo ambas ciudades están entremezcladas, sino que ni todo lo que hay en la Civitas Hominis es malo, ni es bueno todo lo que está en la Civitas Dei, ciudad de fundación divina pero todavía administrada por hombres de la tierra.

Viendo a lo lejos ambas ciudades no podemos dejar de pensar lo bello que 23 La Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre. es este mundo. Sí, la relación entre ambas ciudades ha generado una apasionante historia de lucha, conocimiento, amor y heroísmo. Y nos damos cuenta, una vez más, agradecidos, que Dios eligió permitir este mundo real entre todos los mundos posibles. Asimismo, Dios eligió este mundo concreto para que naciéramos; tú, lector, y yo, autor. Aunque Él sólo quisiera lo bueno que ha habido y hay, y únicamente permitiera lo malo, el conjunto de decisiones divinas configuraron la Creación tal cual existe hoy con todo lo que contiene. Él sólo permitió lo que quiso, lo que vio que era conveniente. Podando una y otra vez innumerables sucesiones de causas y efectos que hubieran hecho de este mundo un lugar no tan bueno. Maravilloso ajedrez digno de ser jugado por una mente celestial.

         Un ajedrez digno de ser jugado por Él, pero en el que Él no juega. Dios contempla nuestras jugadas. No hay contrincante para el Ser Supremo. Es cierto que las fichas se vuelven oscuras sólo si ellas quieren. Es cierto que Él sólo coloca fichas blancas en el tablero. Pero no es un mero espectador. De vez en cuando, si el mal llega muy lejos, pone un dique a las olas y se inmiscuye permitiendo tal o cual hecho que como una maquinaria implacable desbarata todos los proyectos inicuos. A veces la mejor de todas las jugadas, el más inevitable de todos los planes queda truncado, cae en el vacío de la nada, por una sola y única célula cancerígena que comienza a reproducirse insensible a los planes de ese jugador. Otras veces ante los ojos del Espectador derrapa un coche en una curva o tiembla la tierra en el grado 8 de la escala de Richter. Dios no juega, pero sus hijos están en el tablero, las reglas las ha hecho Él y ante un tema tan serio como la eternidad si hace falta derrumba parte del tablero, lo incendia o las fichas caen a millones presas de una L 191 peste que los médicos (que siguen curando con sangrías) achacan a viciada toxicidad de los aires pútridos. Por si el lector no lo ha notado, nuestros médicos, los de nuestra época, ante Él, ante su ciencia infinita, siguen siendo como los de las sangrías.

         El gran juego que se juega sobre la tierra no es el de los imperios o el de los poderes económicos, sino el de las almas. Es cierto que sobre el tablero también se juega un juego de imperios y coronas, de Poder, reinos y repúblicas. Pero ese juego geopolítico está subordinado al bien de las almas. Cada ficha es un alma. Sí, éste es un juego en el que a cada ficha le es dado no ser vencida, salvo que se deje ganar. Puede ser retirada del tablero, pero no se pasará al otro bando (el del Mal) salvo que se deje derrotar. Es el placer del juego, sin la tristeza de la derrota. Y todo porque hace dos mil años, en una parte de la cuadrícula del tablero, fue plantada la Cruz redentora. Desde entonces ha quedado patente a todos que en este combate entre el Bien y el Mal, pierde el que quiere. Desde entonces la Ciudad de Dios y la Ciudad del hombre mueven sobre el tablero sus fichas. Desde hace dos mil años las reglas del Gran Juego Universal han sido explicadas, en Palestina.

         Hasta que llegue el jaque mate definitivo. todavía podemos admirar el panorama de ambas ciudades en la llanura de la Historia. Y no nos sentiremos abrumados ante el mal que pulula ante nuestros ojos si nos percatamos de que la lista de males posibles es infinita. No sé si se han dado cuenta (los que se quejan de lo mal que va todo) de que esa lista no tiene fin. La deformación posible de todos los bienes, la combinación de tales degradaciones, supone un listado sin principio ni fin. Sólo Dios conoce toda esa lista. Sólo Él la conoce en toda su extensión, en todos sus detalles, tipos y subtipos. Bajo esa perspectiva (la perspectiva de lo que podría ser) la contemplación de las dos ciudades resulta casi agradable. Nunca todo va tan mal como podría ir.

         Una de las dos ciudades la creó la conversio ad creaturas[2]. La otra fue fundada como una conversio ad Deum[3]. Hay muchos apologistas hoy día de la Ciudad Humana, apologistas de una ciudad meramente humana y solo humana, en la que la religión ya que no puede hacerse desaparecer queda relegada al ámbito personal relegándola de todo el ámbito público. Los defensores de esta ciudad humana y sólo humana desconocen plenamente la naturaleza de la partida en la que se hayan inmersos. Creen que lo importante es la economía, el poder de su nación, una victoria de un partido político, la cultura, el arte. Pues bien, piensen lo que piensen ellos, en medio del tablero está suelta la Serpiente Antigua, el Gran Dragón, y no va en busca de ninguna otra cosa más que de almas.

         ¿Y es la Bondad Suprema la que permite que esté suelto semejante monstruo y tantos otros engendros menores, muchos de ellos humanos? Pues sí. Dios quiere permitir el mal. No olvidemos que la paciencia de los mártires supone la persecución de los tiranos. La medida del odio del verdugo nos da la medida del amor en la paciencia de la víctima que sufre por amor a Dios. Lo terrible es que uno será verdugo y otro víctima, que uno gana el cielo y el otro el infierno. Pero cada uno elige su papel en esta vida.

         Lo que es cierto es que no es posible la vida del león sin la destrucción de otros animales. No es posible el bien de la existencia del león sin el mal de la destrucción de otros seres buenos. Y como dijo Journet "es muy verosímil que nadie haya trabajado tanto como el Diablo en favor de la santidad de Job, aunque nadie la haya deseado menos".

         Algunos se preguntarán: ¿necesitaba el plan divino que el mal desplegara tanto poder? Después de contemplar con la mente las infinitas posibilidades del mal, respondo: sólo hemos leído unos párrafos del primer capítulo de la enciclopedia del mal posible. No nos debemos quejar, debemos dar gracias.

 

Maravillosa inteligencia de un Ser Supremo que permite dentro de su orden que se transgreda ese orden. Dios permite que se le ofenda. Dios permite que se le blasfeme. Dios permite el error. Dios permite todo lo que es bueno que sea permitido. Dios conoce la medida perfecta en la que es bueno que el mal sea permitido, y la medida más allá de la cual es malo que ese mismo mal continúe siendo permitido. Ninguna criatura, ni la más rebelde, traspasa esa medida más allá del orden de Dios. Solemos conocer esa medida como "la paciencia de Dios", pero en realidad Dios no pierde la paciencia. Todo está controlado y nada va más allá de donde debe ir.

         La Justicia de Dios no llega ni demasiado tarde para los que la piden, ni demasiado pronto para los que la temen, sino en su momento justo. Esta sublime aseveración de Dante nos ayuda a comprender las reglas de este juego cósmico en el que estamos involucrados.

         Si entendemos esas reglas, todas y no sólo algunas, comprenderemos por qué no es verdad que Dios sea demasiado bueno para que exista un infierno. Sino que más bien entenderemos que Dios no sería bueno si no existiera el infierno. Ante determinados abismos de maldad con una voluntad que ya ha tomado su decisión definitiva e irrevocable, sólo cabe una posibilidad. El infierno no es una posibilidad ante millones de posibilidades, sino que es la única posibilidad lógica, justa y humana. Pues el amor no se impone. Sería inhumano agarrar por el cuello a alguien que no te ama, y gritarle: ámame. Pues así de terrible sería mostrar el Sol de Amor que es la Faz de Dios, ante aquél que quiere alejarse de Él. Un Dios bueno, requiere que pueda existir un infierno porque el amor de Dios en el Cielo sería la mayor de las torturas para aquellos que se quieren apartar de su presencia. Una más profunda comprensión del abismo del mal requiere y conlleva una más elevada idea de la excelsitud de Dios.

 

[1] La Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre.

[2] Vuelta a las criaturas.

[3] Vuelta a Dios.