EL MAL EN EL CRISTIANISMO

En el cristianismo no hay una lucha entre Dios y el mal, sino entre las fuerzas de la Luz y las de las tinieblas. Dios ayuda a las fuerzas de la Luz, pero no lucha, porque la voluntad del Todopoderoso es omnipotente, no habría posibilidad de combate, a un simple mandato de Dios el mal y todas sus criaturas desaparecería.
El mal no es una fuerza impersonal, el mal es el pecado. El mal no es una especie de magma etéreo y oscuro, sino las malas acciones concretas y también, por supuesto, los seres personales que se han convertido ellos mismos en portadores del pecado. En la Sagrada Escritura hay personajes que es como si encarnaran el pecado por haberse encauzado hacia él de un modo permanente e intenso. No sólo los demonios, no sólo los hombres condenados en el más allá, sino que también sobre la tierra ya hay hombres que encarnan el mal, hombres que parecen petrificados en el pecado.
El concepto de Redención no es un concepto simple que se explique en una palabra. Al final hasta la misma Palabra ha venido a explicarnos qué es la Redención. Nos la explicó y la llevó a cabo. Podríamos decir, quodammodo, que la entera Biblia es la explicación de ese concepto. El concepto de redemptio supone un rescate, el pago de un rescate para ser liberado, la cantidad que debía satisfacerse por un esclavo para ser liberado de su estado de esclavitud. En el cristianismo, Dios paga esa cantidad. Eso implica la concepción del pecado como una especie de deuda objetiva, deuda que es personal. Pero la suma de todas las deudas personales, la suma de todos los pecados (pasados, presentes y futuros) de la humanidad forma una deuda que debe ser satisfecha. Una auténtica y verdadera deuda. Una deuda objetiva que nos ata. Los pecados de toda la humanidad suponen una cadena que atan a sus culpables, una cadena que los ata a la culpa, que los ata a la obligación de satisfacer, de reparar. Esa cadena es quebrantada por Cristo, la losa que oprimía a la humanidad es corrida por el Mesías en la Cruz. Ya no importa lo que hayamos hecho, ya no importa lo que podamos hacer, TODO HA QUEDADO BORRADO. Borrado y perdonado siempre que aceptemos las condiciones que se nos imponen para quedar libres.
Hay unas condiciones, el perdón de Dios no es incondicional. La Redención no supone la abolición del bien y del mal, es la satisfacción de la deuda por el mal. El ser humano deberá reconocer el orden divino, aceptar su culpa y enmendarse. La Redención no es una oportunidad para seguir pecando sin miedo al castigo. La necesidad de la enmienda (o al menos del sincero deseo de la enmienda) es insoslayable, lo contrario supondría no haber entendido que el concepto de redención precisamente lo que subraya, lo que deja muy claro, es el carácter objetivo de la iniquidad, el carácter objetivo que supone el desorden moral en la armonía y orden del universo. Ese mal es tan objetivo, tan grave, que la Divinidad dispuso de los complicados y arduos mecanismos de la Redención para extinguir la deuda.
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