PREFACIO
Esta parte de la obra (salvo los anexos finales) analiza el mal sólo desde el punto de vista de la filosofía. Trata de considerar el mal sólo a partir de la razón, con independencia de toda religión.
Esta parte de la obra (salvo los anexos finales) analiza el mal sólo desde el punto de vista de la filosofía. Trata de considerar el mal sólo a partir de la razón, con independencia de toda religión.
El mal es la carencia de un bien debido. Esta es la definición ya clásica de Santo Tomás de Aquino. Llegar a esta definición requirió de muchas generaciones.
La primera cuestión en la que debemos reparar es si existe el mal.
La variedad posible del mal es infinita.
Ha sido mi propósito al escribir las reflexiones anteriores construir u sistema acerca del bien y del mal válido para cualquier persona con independencia de sus creencias y convicciones. Y he querido que la construcción de razonamientos fuera válida para todos porque la lógica si está bien construida debe ser válida para todos.
El mal no tiene límite.
No, el mal siempre se asienta en un ente, siempre se trata de la degradación de un ser concreto.
Ni Dios está por encima del bien y del mal.
Sin duda el odio. El odio puede descargarse contra cuatro objetos:
Efectivamente, sin Dios no habría pecado.
Por pura lógica, sin necesidad de que Dios nos lo haya revelado, se puede comprender que es imposible que exista un mal que por sí no pueda ser perdonado por un Ser Infinito.
Desde el momento en que consideramos que puede existir un Ser Infinito, desde el momento en que sabemos que existe el mal, es inevitable pensar que puede existir un estado de mal perpetuo que excluiría de la felicidad eterna.
Nadie quiere condenarse voluntariamente, son nuestras acciones las que nos excluyen de la bienaventuranza.
Indudablemente no. La condenación eterna es algo tan terrible, tan espantoso, que solo por graves pecados puede uno perder el fin último de la existencia.
La pregunta surge espontáneamente al analizar casos como el de Hitler, Nerón, Pol-Pot u otros personajes menos importantes pero que hacen que nos cuestionemos si eran hombres inicuos o más bien enfermos mentales.
(*[1]) En la Sagrada Escritura (Dan 3,55) se nos ofrece este magnífico versículo:
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