

carta del apóstol san Pablo a los filipenses 3, 8-14
Hermanos:
Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
(2ª lectura Domingo V de Cuaresma, ciclo C)
SALMO 1, 1-4. 6
R. Dichoso el que pone en el Señor su confianza
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
(Salmo del VI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C)
Evangelio según san Lucas 9, 57-62
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: –Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno:
"Te seguiré adonde vayas".
Jesús le respondió:
+ "Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza".
A otro le dijo:
+ "Sígueme".
El respondió:
"Déjame primero ir a enterrar a mi padre".
Le contestó:
+ "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios".
Otro le dijo:
"Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia".
Jesús le contestó:
+ "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios".
(Evangelio del Domingo XIII del Tiempo Ordinario, ciclo C)
LA REFLEXIÓN DE HOY
Hoy celebramos a San Bruno, hombre de oración, fundador de la orden de los cartujos, y co-titular de esta humilde capilla.
Su vida austera y silenciosa nos ayuda a comprender mejor el mensaje de las lecturas de hoy: seguir a Cristo con radicalidad.
Sin medias tintas.
En la carta a los Filipenses, san Pablo dice:
“Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.”
Esto mismo lo vivió San Bruno: en medio de su vida de soledad y silencio en su cartuja de los Alpes fue reclamado por Roma.
Pudo haberse quedado allí rodeado de prestigio y honores, pero eligió volver al camino del silencio, de la soledad y de la oración.
Por eso, su ejemplo de vida nos enseña que la verdadera ganancia no está en acumular títulos o bienes, sino en conocer y amar a Cristo.
El Salmo describe al hombre justo como aquel que “medita la ley del Señor día y noche” y da fruto a su tiempo.
San Bruno encarnó este ideal: buscó en la Palabra y en la contemplación la raíz de toda su vida.
Hoy, en un mundo de prisas, ruido y exceso de información, necesitamos tener ese espacio de silencio en nuestra vida para escuchar la voz de Dios y encontrar sentido a nuestra existencia.
En el Evangelio, Jesús pide a los que quieren seguirlo una decisión radical: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no sirve para el Reino de Dios.”
San Bruno lo entendió bien:
Renunció a seguridades y comodidades, y se lanzó a una vida exigente, convencido de que vale más vivir con Cristo que con cualquier riqueza del mundo.
Hoy nos enfrentamos a la obsesión por el éxito, a un consumismo desmedido, a la ansiedad por quererlo todo ya, y lo peor: a la incapacidad de pararse y escuchar.
La vida de San Bruno nos recuerda que la fe no se mide por lo que tenemos o aparentamos, sino por la capacidad de poner a Dios en el centro y dejar que Él dé fruto en nuestra vida.
Queridos Hermanos:
Como San Bruno, elijamos cada día a Cristo como nuestro verdadero tesoro. Que en medio del ruido y los problemas del mundo sepamos tener silencio interior, vivir con sencillez y fidelidad, y poner nuestras manos al arado de la Fe sin mirar atrás.
Porque al final, solo quien se decida por Cristo encontrará la verdadera paz.
P. Marco A. Antón O.S.S.A.+
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