
Fue el 28 de octubre de 1958, contando con casi 77 años de edad, cuando el cardenal Ángelo Giuseppe Roncalli fue elegido sucesor de San Pedro ante la sorpresa de todo el mundo.
Hombre sencillo y humilde, nunca jamás se imaginó llegar a ser el vicario de Cristo, no porque no tuviera la capacidad de hacerlo sino porque pensó que su sencillez y su avanzada edad no se lo permitirían.
Angelo era el cuarto de catorce hijos de Giovanni Battista Roncalli y de Mariana Mazzola. Su familia trabajaba como campesinos en un terreno arrendado. Es ahí donde Dios forjó la figura de un hombre que se convertiría en un pescador de hombres humilde y sencillo. Además de su temperamento alegre, su calidez y su generosidad, fue un hombre optimista y lleno de paciencia, con grandes virtudes entre las que destacaba el estar siempre alegre.

Buscaba el lado cómico a todo lo que le sucedía, porque decía que en la alegría y la paciencia está la paz, y quien las pierde lo pierde todo. Pensaba que el diálogo era la mejor forma para solucionar cualquier conflicto.
Ya como sumo pontífice de la iglesia romana, fue el primero desde 1870 que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diócesis. A los dos meses de haber sido elegido, dio ejemplo de varias obras de misericordia: por Navidad visitó a los niños enfermos de los hospitales romanos del Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente visitaría a los prisioneros de la cárcel Regina Coeli.


Fue el "Papa" de los cambios inesperados; cambios que fueron forjados no solo desde su oficina, sino también estando con sus hermanos y hermanas, paseando por el jardín, o dialogando con sus secretarios y personas cercanas a él. Su primera medida como Sumo Pontífice no fue aceptada con agrado por la curia vaticana, por la sencilla razón que de un día para otro redujo los altos estipendios y la vida de lujo que, en ocasiones, llevaban muchos de los obispos y cardenales de la curia. Asimismo, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del pequeño estado Vaticano, que hasta ese momento carecían de muchos de los derechos de cualquier trabajador europeo, y retribuidos además con salarios bajos. Y por primera vez en la historia de la Iglesia romana, nombraría cardenales indios y africanos.

Con todas estas medidas, el mundo observaba atónito unos cambios que nadie podía imaginarse, y más viniendo de alguien que los medios de comunicación habían llamado, con tono despectivo, “un Papa de transición”, a lo que el respondió con la paciencia y la alegría que le caracterizaba: -“Señor, porque me metes en estos embrollos tuyos, sabes que no soy tan bueno como crees, es cierto que quería ser ministro tuyo, pero yo solo quería ser un pobre cura de pueblo, y mira, menuda broma me has hecho, vestirme de blanco y con lo que cuesta cepillar la sotana, pero aquí estamos...”-
Se le llamó también "de transición" dada su avanzada edad y la poca relevancia que su figura había tenido hasta su elección dentro de la curia romana, pero... tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros y ante la sorpresa de todo el mundo, el Juan XXIII anunciaba el XXI Concilio Ecuménico (llamado posteriormente Concilio Vaticano II) , el primer Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. Abrió las sesiones del concilio Vaticano II –el primero en casi un siglo– en octubre de 1962, con un discurso inaugural en el que expresó su intención de acometer una reforma de la Iglesia basada en el aggiornamento, es decir, su puesta al día.

Este Concilio fue el más representativo de todos, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo, y de una gran diversidad de lenguas y razas. Asistieron además miembros de otras confesiones religiosas cristianas. Si bien sólo se celebró una sesión bajo su pontificado, ésta sirvió para originar una apertura sin precedentes en el seno de la Iglesia Católica. El nuevo cambio de rumbo siguió dos ejes fundamentales: una actitud hacia los cristianos no católicos basada en el respeto y la tolerancia, y una posición independiente y sin alianzas en política internacional.
Dentro de los hechos sobre América Latina y el Caribe dentro de su pontificado, figura la excomunión del dictador cubano Fidel Castro el 3 de Enero de 1962, y la canonización del primer santo negro de América Latina, San Martin de Porres. Nombró 37 nuevos cardenales, entre los cuales figuraron por primera vez un colombiano, un tanzano, un japonés, un filipino, un venezolano y un mexicano.
Fue un pontificado corto porque solo duró cinco años, pero durante ese corto tiempo, este querido y entrañable pontífice escribió ocho encíclicas llenas de un profundo sentido de Dios y sobre la defensa de la dignidad de la persona humana.

El 23 de mayo de 1963 se anunciaba públicamente la enfermedad de Juan XXIII: cáncer de estómago. No quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se enfocase por otro distinto a lo estimulado. Al fin, después de su grave enfermedad, el 3 de junio de 1963, hacia las dos y cincuenta horas, Juan XXIII fallecía sin ver concluir su obra, el concilio Vaticano II, a la que él mismo consideraba "La Puesta al día de la Iglesia".


En la memoria de muchos católicos, Juan XXIII ha quedado como "el Papa bueno", "el Papa más amado de la historia", o "el Papa de la paz"... a lo que él respondería siempre con esta frase y que muchos sacerdotes, entre ellos éste que aquí escribe, la hacemos también nuestra:
“Yo solo quería ser un pobre cura de pueblo”.

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