VIDA CONTEMPLATIVA DE LA CARTUJA

La vida de los cartujos es una vida de recogimiento y de oración.

El cartujo reproduce y continúa en la Iglesia la vida oculta inmolada de Jesús. Su claustro es a la vez el Belén donde recibe una nueva existencia, el Nazaret donde se desliza su vida en medio de la oscuridad y del silencio, y el Calvario donde la obediencia le inmola sin cesar sobre la cruz de la observancia de su Regla. Es el "Penitente" y "suplicante" oficial que trabaja eficazmente a un mismo tiempo por la propia salvación y la de sus hermanos.

Dado su género de vida, se comprende que los cartujos no desempeñen ministerio activo alguno.

La Orden cartujana es una Orden puramente contemplativa, en el sentido de que la Regla no admite cargo ni ministerios eclesiásticos fuera del monasterio; sin que de ahí se deduzca que los cartujos hayan de ocuparse exclusivamente en la contemplación u otros ejercicios que con ella directamente se relacionan, o que se les prohíba trabajar de cualquier otra manera en bien y ayuda de sus prójimos.

 

SU ESPÍRITU APOSTÓLICO:

 

APOSTOLADO DE LA PLUMA

Los primeros cartujos, siguiendo el ejemplo de los monjes de aquel tiempo, adoptaron como trabajo habitual la transcripción o copia de manuscritos, a cuya tarea consagraban todos los días algún tiempo.

Los cartujos pueden ejercitar ese apostolado de la pluma. Cierto es que, por su género especial de vida, consagrada casi por completo a las prácticas de la penitencia, oración y canto del Oficio divino, la producción literaria ha sido relativamente escasa.

Pero, sentado y admitido que nada hay que pueda impedir a los cartujos consagrar el poco tiempo sobrante que les deja el cumplimiento de su Regla al apostolado de la pluma, las Cartujas no son el lugar más apropiado para ese género de apostolado. Quizás perjudicial, porque le distraería del otro apostolado tan propio de los cartujos, el de la oración.

 

APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

La oración, el canto del Oficio divino, el ejercicio de la penitencia, he aquí la verdadera forma de ejercer ese apostolado que el espíritu mismo de la Regla ofrece a los cartujos.

Apostolado para el que solo basta un mínimo amor de Dios y celo por su gloria; que bien practicado no puede menos de producir: apostolado universal, puesto que se extiende a todas partes; apostolado cómodo y seguro, porque no exige el trabajo de plantar ni de regar, y está completamente exento de los riesgos y peligros que suelen correr los que a ese trabajo se dedican, peligros contra los que el mismo San Pablo sentía necesidad de prevenirse, castigando su cuerpo y reduciéndolo a dura servidumbre por temor de que, predicando a los demás, viniera él a ser reprobado.

En esto consiste el apostolado de las Órdenes contemplativas, y de un modo especial el de los cartujos: en pedir a Dios para los operarios de su viña los auxilios de esa gracia, que es la que ha de dar el incremento a sus trabajos. Mediante sus oraciones alcanzan, además del Cielo, toda suerte de gracias y auxilios para los que sufren y luchan en el mundo, así del alma como del cuerpo; con sus penitencias aplacan la cólera divina, atraen sobre los pecadores las gracias de la misericordia y el perdón y los ayudan a expiar sus culpas.

 

APOSTOLADO DE LA LIMOSNA

Otro medio de que se sirven los cartujos para ejercitar su apostolado es la limosna. Los cartujos han dado siempre cuanto han podido, es decir, todo cuanto les quedaba una vez satisfechas las necesidades más precisas de su vida austera.

Tal es la tradición de la Orden, que aun en tiempos de escasez se esfuerzan las tres Cartujas que existen en España (de las veintiuna que hubo) por hacer cuantas limosnas les es posible.

Y no se han contentado los cartujos con haber seguido siempre el consejo evangélico de dar lo que les sobra[1], sino que en muchas ocasiones han dado más de lo que tenían contrayendo deudas por socorrer y aliviar a los pobres.


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