
Ambrosio de Milán, de nombre original Aurelio Ambrosio (Tréveris, c. 340 - +Milán, 4 de abril del 397), fue un funcionario del Imperio romano, gobernador de Liguria y Emilia (370), arzobispo de Milán y un importante teólogo y orador.
Hijo de una familia romana cristiana, y tercero después de dos hermanos (los santos Marcelina y Satiro) cursó en Roma estudios jurídicos, siguiendo los pasos de su padre, que era prefecto de la Galia.
Aprendió oratoria y literatura greco-latina; sus éxitos en la carrera de Magistrado y su capacidad para gestionar hasta las controversias más difíciles lo convirtieron en el candidato ideal para moderar el encendido debate sucesorio que comenzó tras la muerte del obispo arriano Asencio.
La invitación al diálogo de Ambrosio convenció al pueblo y evitó que se desatara un grave conflicto.
Pero cuando el gobernador pensaba que había concluido su trabajo con éxito, sucedió algo que nadie había previsto: en medio de la multitud se oyó la voz de un niño, a la cual toda la asamblea hizo eco: “¡Ambrosio Obispo!”. Católicos y arrianos habían encontrado inesperadamente un acuerdo.
La petición del pueblo sorprendió a Ambrosio: no había sido bautizado, y no se sentía adecuado para este nuevo cargo. Se opuso dirigiéndose al emperador Valentiniano, pero éste confirmó el deseo del pueblo.
El Papa Dámaso también lo consideró apto para la dignidad episcopal. Fue entonces cuando comprendió que Dios lo llamaba y aceptó el nombramiento convirtiéndose, con tan solo 34 años, en el obispo de Milán.
Desde entonces donó sus bienes a los pobres y se dedicó al estudio de los textos sagrados y de los Padres de la Iglesia.
Aprendió a predicar, y su oratoria encantó al joven Agustín de Hipona, influyendo en su conversión.
Su vida fue cada vez más sobria y austera, dedicada al estudio, a la oración, a la asidua escucha, siempre cercano a los pobres y al pueblo de Dios.
Aunque la paz y la concordia fueron sus prioridades, jamás soportó el error.
La iconografía antigua lo representa con un látigo, preparado para luchar contra la herejía.
En su enérgica batalla contra el arrianismo, chocó incluso contra gobernantes y soberanos. Salió vencedor del conflicto que se desarrolló bajo el reinado de la emperatriz filo-arriana Justina, y afirmó la independencia del poder espiritual frente al temporal.
Fue emblemático el episodio de la tragedia de Tesalónica del 390: Tras el exterminio de siete mil personas que se habían rebelado a causa de la muerte del gobernador, Ambrosio logró suscitar el arrepentimiento de Teodosio, que la había ordenado.
Reconoció siempre el primado del obispo de Roma afirmando: “Ubi Petrus, ibi Ecclesia” (Donde está Pedro, allí está la Iglesia.
Su amor a Cristo, a la Iglesia y a María se refleja en la enorme producción literaria y teológica la cual le confirió, junto a los santos Jerónimo, Agustín y Gregorio Magno, el título de doctor de la Iglesia de Occidente.
Constructor de basílicas, e inventor de himnos que revolucionaron la oración, fue incansable a la hora de rezar.
Ambrosio murió el Sábado Santo del 397. Una gran multitud le rindió homenaje el domingo de Pascua.
El cuerpo de Ambrosio todavía puede verse en la basílica de San Ambrosio en Milán, donde ha sido venerado continuamente.
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