San Martín de Porres Velázquez, o Martín de Porras (Lima, 9 de diciembre de 1579 -+Lima, 3 de noviembre de 1639), de nombre secular Juan Martín de Porres Velázquez, fue un fraile nacido en el virreinato del Perú, de la orden de los dominicos, y el primer santo mulato de América.
Es conocido también como el santo de la escoba por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad.

Hijo del hidalgo español Juan de Porres, gobernador de Guayaquil, y de la negra liberta panameña Ana Velázquez (matrimonio impensable en aquella época) no fue admitido en un principio como fraile en el convento de los dominicos de Lima, debido a la ilegitimidad del matrimonio; solo como “donado”, es decir, recibía alojamiento y se ocupaba de la limpieza.
Pero Martín había aprendido, desde su adolescencia en el barrio limeño de Malambo, los principios de la medicina aborigen y el uso de las plantas curativas, y puso todos sus conocimientos al servicio de los hermanos dominicos y de los enfermos que acudían, cada vez en más número, a Santa María del Rosario, pues su fama había corrido por toda Lima.

Dotado de un fino sentido del humor, su sencillez apabullante, su disponibilidad y paciencia acudían a él personas de todos los estamentos sociales en busca de ayuda material y espiritual.

Se le atribuye el don de la bilocación: cuentan que mientras estaba en su celda, fue visto junto a la cama de algunos moribundos para consolarlos, o fuera del convento atendiendo algún enfermo, entrando nuevamente a éste sin que nadie le abriera y sin llave de la puerta.
Cuando le preguntaban cómo hacía, contestaba, riéndose: «Yo tengo mis modos de entrar y salir».

Adelantado a su época, su arte de arreglar controversias dio origen a la leyenda de que hizo comer en el mismo plato a un perro, un ratón y un gato.
Fuera del convento enseñaba la doctrina cristiana a la gente que vivía en la calle, mendigos, indios, esclavos y huérfanos, y, preocupado por su estado de abandono fundó, con la ayuda financiera de varios nobles, el Asilo y Escuela de Santa Cruz para darles educación y oficio.
En el barrio de Lima de Malambo, donde creció, vivían españoles empobrecidos, indios y negros hacinados en “corralones” a la espera de ser vendidos.
Martín sabía que los negros, mano de obra en plantaciones y construcción, eran bien pagados como esclavos, y ya de fraile, cuando en su convento del Rosario hubo un gran problema económico, propuso al prior que lo vendiese a él, en lugar de los objetos preciosos con los que intentaba conseguir un préstamo, alegando que él era propiedad de la casa y valía como poco mil pesos.

Vivió hasta el extremo el voto de pobreza.
Si en el convento había organizado un ropero a disposición de quien no tenía con qué vestirse, el santo remendaba su hábito hasta que se caía a pedazos.
Una vez, su hermana Juana, visto que el hábito estaba tan raído que se le veía la ropa interior, se presentó con uno nuevo que Martín rechazó diciendo: “En la religión no desdicen pañetes pobres y remendados sino costumbres asquerosas y sucias”.

Martín llevaba a veces a los heridos y a los enfermos a su celda, acarreando algún que otro problema y protestas entre los demás frailes. Cuando sus superiores se enteraron, le prohibieron que siguiera haciéndolo.

Casi a la edad de sesenta años, Martín de Porres cayó enfermo de fiebres cuartanas y anunció que había llegado la hora de encontrarse con el Señor.
La noticia causó profunda conmoción en la ciudad de Lima. Tal era la veneración hacia Martín que el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla fue a besarle la mano cuando se encontraba en su lecho de muerte, pidiéndole que velara por él desde el Cielo.
Martín solicitó a los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el credo y mientras lo hacían, falleció.
Toda la ciudad le dio el último adiós en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales. Altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.

Sus restos descansan en la Basílica y convento de Santo Domingo de Lima, junto a los restos de Santa Rosa de Lima y San Juan Macías, en el denominado "Altar de los Santos de Perú.

Fue beatificado el 29 de octubre de 1837 por Gregorio XVI, y canonizado el 6 de mayo de 1962 por Juan XXIII.


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