Lucía de Narni ( Narni, Italia; 1476 - +Ferrara, Italia; 1544) fue una religiosa italiana de la orden dominica.

Hija de Nicolás Brocadelli, tesorero, y Gentilina Cassio, era la mayor de 11 hermanos.
Desde muy niña decidió consagrarse a Dios. Pero al morir pronto su padre, los tutores de la joven trataron de casarla a los catorce años. Lucía arrojó el anillo al suelo, abofeteó al pretendiente y salió corriendo de la habitación.
Al año siguiente, se presentó otro pretendiente, el conde Pedro de Alessio. Se resistió al principio, pero una aparición de la Santísima Virgen y los consejos de su confesor la convencieron de que debía ceder.
A los tres años de matrimonio, Pedro dio a su mujer la libertad de hacer lo que quisiese; ella volvió a la casa materna, tomó el hábito de la tercera orden de Santo Domingo, e ingresó en una comunidad de terciarias regulares en Roma.

Trasladada más tarde a Viterbo, Dios le concedió ahí la gracia de los estigmas y una participación sensible en la Pasión de Cristo.
Durante los tres años que estuvo en Viterbo, sus heridas sangraban todos los miércoles y viernes, de suerte que no podía ocultarlas. El inquisidor del lugar, el maestre del sacro palacio, un obispo franciscano y el médico del papa Alejandro IV examinaron los estigmas y quedaron convencidos de que se trataba de un fenómeno sobrenatural.
Su ex marido acudió también a verlos y quedó tan convencido que, según se dice, ingresó en la orden de San Francisco.

Su fama llegó a oídos del duque de Ferrara, Hércules I, quien veneraba a santa Catalina de Siena y era muy amigo de las beatas Estefanía Quinzani, Columba de Rieti y Osanna de Mántua. Con el permiso del Papa y el consentimiento de Lucía, el duque la construyó un convento en Ferrara.
Como el pueblo se oponía a que Lucía saliese de Viterbo, tuvo que ser sacada oculta en un cesto de ropa a lomos de una mula, a donde llegó en 1499.

Lucía, con veintitrés años, no tenía aptitudes para dirigir una comunidad.
Por otra parte, el duque quería que hubiese en ella nada menos que cien religiosas. Pidió a Lucrecia Borgia, su nuera,, que le ayudase a reunir religiosas. Como las monjas venían de diferentes conventos y no todas eran muy virtuosas, la dirección del convento con Lucía de superiora se tornó cada vez más difícil, hasta que finalmente fue depuesta del cargo.
La sucedió María de Parma, monja dominica de una segunda orden a la que quería afiliar a toda su comunidad.
En 1505, murió el protector de Lucía, con lo que cayó en una oscuridad total que duró treinta años. Por otra parte, la nueva superiora la trataba con una severidad que se asemejaba a la persecución: no la dejaba ir al recibidor, le prohibió hablar con alguien aparte del confesor que le había designado, y mandó que una de las religiosas la vigilase constantemente.

En esos años, jamás se le oyó una palabra de impaciencia, ni siquiera cuando estaba enferma y abandonada.
Había caído en tal olvido que, cuando falleció el 15 de noviembre de 1544, el pueblo de Ferrara quedó atónito al enterarse de que había vivido hasta entonces, ya que la creía muerta desde tiempo atrás.

El 26 de mayo de 1935, 391 años después de su muerte, su cuerpo fue devuelto solemnemente a su ciudad natal de Narni. Aun así, sigue siendo popular en Viterbo, Narni y Ferrara por su pureza de mente y por la fe que demostró.

Las dominicas la consideran santa. Sin embargo, fue el Papa Clemente IX quien aprobó su culto, mientras que el Papa Benedicto XIII extendió su memoria a toda la orden dominica y a las ciudades de Ferrara, Viterbo y Narni.


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