
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz o, santa Teresita del Niño Jesús, o Santa Teresa de Lisieux (Alenzón, Normandía, 2 de enero de 1873 - +Lisieux, Normandía, 30 de septiembre de 1897), fue una religiosa carmelita descalza francesa (de nombre secular María Francisca Teresa).
Hija de Luis Martin y María Celia Guérin (canonizados el 18 de octubre de 2015) tenía nueve hermanos, de los cuales cuatro murieron a temprana edad; solo sobrevivieron cinco niñas, siendo Teresa la menor. Todas ellas abrazarían después la vida religiosa.
Fue bautizada dos días después de su nacimiento en la iglesia de Nuestra Señora de Alenzón.
En marzo de ese año, a los dos meses de edad, estuvo a punto de morir y fue confiada a una enfermera que ya había estado cuidando a dos hijos de la pareja. Mejoró rápidamente y creció en la campiña normanda, a casi ocho kilómetros de su casa.
A su regreso a Alençon el 2 de abril de 1874, su familia la rodea de afecto. Es juguetona y traviesa, pero también es emocional y a menudo llora. Teresa siempre se refirió a este primer periodo de su vida como el más feliz.
Tras el fallecimiento de su madre, Celia Martin, el 28 de agosto de 1877 a causa de un cáncer de mama, y cuando Teresa tenía apenas cuatro años, en noviembre de 1877 Luis Martin decidió trasladarse a la ciudad de Lisieux, donde residía la familia de su esposa, que prometieron a Celia cuidar de sus hijas después de su muerte. Allí viviría Teresa los siguientes años hasta su entrada en el Carmelo de Lisieux.
A los siete años, en 1880, Teresa se confiesa por primera vez.
A los ocho años y medio, Teresa entró en el colegio de las Benedictinas en Lisieux, aunque regresaba a su casa por las noches, ya que su familia residía muy cerca.
Haber recibido previamente lecciones de sus hermanas Paulina y María le puso rápidamente a la cabeza de su clase. Sin embargo, es perseguida por compañeras de más edad que le tienen celos. Ella lloraba pero no se atrevió nunca a quejarse.
Su maestra la describe como una estudiante obediente, tranquila y pacífica, a veces pensativa o incluso triste. Teresa dijo más tarde que estos cinco años fueron los más tristes de su vida, y encontró consuelo en la presencia de su «querida Celina».
Entró muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad.
En diciembre de 1882, la salud de Teresa empieza a empeorar de manera extraña: sufre continuamente de dolores de cabeza, dolores en el costado, come poco y duerme mal.
En ese mismo año un médico, Alfonso H. Notta, diagnosticó la enfermedad de Teresita como una reacción a una frustración emocional con un ataque neurótico causado por la partida de su hermana Paulina al monasterio carmelita de Lisieux el 2 de octubre de ese mismo año.
Durante las vacaciones de Semana Santa de 1883, el 25 de marzo en la tarde, mientras cenaba junto a Celina en casa de su tío Guerin, Teresa se derrumba en lágrimas. La llevan a su cama; pasó una noche muy inquieta. Preocupado, su tío llamó al día siguiente a un médico, quien diagnosticó «una enfermedad muy grave que nunca atacaba a los niños.» Dada la gravedad de su estado, envían un telegrama a su padre, quien regresa a toda prisa a Lisieux.
Varias veces al día, Teresa sufre de temblores nerviosos, alucinaciones y ataques de terror. A pesar de que conserva toda su lucidez, no pueden dejarla sola.
Sin embargo, repite que quiere asistir a la toma de hábito de Paulina, programada para el 6 de abril.
La mañana del fatídico día, después de una fuerte crisis, Teresa se levanta, y curada en apariencia milagrosamente, va con su familia al Carmelo. Transcurre todo el día, llena de alegría y entusiasmo, pero al día siguiente tiene una recaída repentina: se llena de delirios que parecen privarla de la razón. El médico, muy preocupado, no consigue encontrar la cura de su enfermedad.
Durante meses sufrió de dolores de cabeza y alucinaciones. Toda su familia estaba desesperada pensando que la muerte podría llegarle pronto; su padre mandó incluso oficiar varias misas por su curación en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias en París.
El 13 de mayo de 1883, el día de Pentecostés, su padre y tres de sus hermanas, que permanecen junto a la cama de Teresa, se sienten impotentes para poder aliviarla, se arrodillan a los pies de la cama y se dirigen a una imagen de la Virgen. En ese momento, Teresa se siente abrumada por la belleza de la Virgen, y especialmente por su sonrisa:
"La Santísima Virgen me ha sonreído. ¡Qué feliz soy!".
En ese momento, Teresa se estabiliza delante de sus hermanas y su padre que están atónitos.
Al día siguiente, todos los rastros de la enfermedad desaparecen, excepto dos pequeñas alertas en los siguientes meses.
El 8 de mayo de 1884, Teresa hizo su primera comunión en la iglesia del colegio de las Benedictinas en Lisieux.
El 14 de junio de 1884 es confirmada por el obispo de Lisieux. Al recibir el Espíritu Santo, la joven confirmada se deja maravillar por este "Sacramento de Amor" que, está segura, le dará la "fuerza para sufrir".
Durante la Semana Santa de 1896, entró de repente, en una oscuridad interior. El sentido de la fe que la animó tantos años, que la hacía feliz hasta el punto de querer "morir de amor" por Jesús, desapareció de su alma. En su oscuridad, oyó una voz interior que parecía burlarse de ella, y la felicidad, que ella esperaba en la muerte, a medida que avanza hacia la "noche de la nada". Sus luchas no son acerca de la existencia de Dios, sino en la creencia en la vida eterna, y si ella la merecería.
La oscuridad sigue envolviéndola y persistirá hasta su muerte un año después. Sin embargo, vio esa noche como la batalla final, la oportunidad de demostrar su confianza inquebrantable en Dios. Negándose a ceder a este miedo a la nada, multiplica los actos de sacrificio. Sigue creyendo, aunque su mente ha sido invadida por objeciones y dudas. Y aunque esta lucha es aún más dolorosa, aprovecha para compartir con sus hermanas su deseo de ser activa y hacer mucho bien después de su muerte.
En septiembre de 1896, Teresa todavía experimenta muchos más deseos de abarcarlo todo en la Iglesia: apóstol, sacerdote, misionero, mártir y doctor. Leyendo las cartas de San Pablo, en la Primera a los Corintios capítulo 13, es iluminada como un rayo que la atraviesa; entonces el significado más profundo de su vocación aparece de repente frente a ella:
"Por fin he encontrado mi vocación, mi vocación es el amor..."[...]"Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que el amor abarca todos los tiempos y todos los lugares, en una palabra, que el amor es eterno".
Teresa se esfuerza, cada vez más, para vivir enteramente por el amor, y se esfuerza por vivir este amor en la compañía de todas sus hermanas de comunidad.
Durante la Cuaresma de 1896, Teresa sigue rigurosamente los ejercicios y el ayuno. En la noche del jueves al Viernes Santo, sufrió un primer ataque de hemoptisis. Una segunda crisis se produce de nuevo la noche siguiente. Cuando el primo de la priora, el Dr. La Neele, la revisa, cree que el sangrado podría venir de la ruptura de un vaso sanguíneo en la garganta. Teresa no se hace ilusiones sobre su salud, pero al mismo tiempo no sentía miedo. Aun así, sigue participando en todas las actividades de la comunidad, sin escatimar fuerzas.
En enero de 1897, cuando Teresa acababa de cumplir 24 años, escribe:
"Yo creo que mi carrera no durará mucho tiempo".
Sin embargo, a pesar del empeoramiento de la enfermedad durante el invierno, se las arregla para engañar a las Carmelitas y tomar su lugar de nuevo en la comunidad.
En la primavera de ese mismo año empeora drásticamente y así, muy lentamente, se va apagando.
En junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del convento de la que no volvió a salir.
A partir de agosto ya no podía recibir la Comunión debido a su enfermedad.
El 29 de septiembre comienza su agonía; pasa una noche difícil, mientras sus hermanas la cuidaban. Su respiración se está haciendo más corta y se ahoga. Después de dos días de agonía, se siente agotada por el dolor:
"¡Nunca pensé que fuera posible sufrir tanto! ¡Nunca! ¡Nunca! No lo puedo explicar sino por el anhelo que tengo de salvar almas".
Sobre las 7:20 de la noche del 30 de septiembre de 1897, y mientras apretaba fuertemente un crucifijo entre sus manos, dijo sus últimas palabras:
"¡Oh!, ¡le amo! ... Dios mío... te amo...".
Inmediatamente cae levemente sobre su almohada, y luego vuelve a abrir sus ojos por última vez. De acuerdo con las Carmelitas que estuvieron allí presentes, entró en un éxtasis que duró el espacio de un credo, antes de exhalar su último aliento.
Permaneció con los ojos fijos cerca de la imagen de la Virgen María que le había sonreído de pequeña y que sus hermanas habían instalado en la enfermería desde que fue trasladada allí.
Al instante de fallecer su rostro recuperó el suave color que le era natural.
Su cuerpo fue inmediatamente trasladado al coro del monasterio, donde fue velado durante cuatro días. A sus funerales asistieron más personas que a los de cualquier otra carmelita fallecida antes de ella en ese mismo monasterio.
Fue sepultada el 4 de octubre de 1897 y, según los testigos, su cuerpo aún se encontraba rosado y flexible, como si acabase de morir.
Teresa fue beatificada en 1923, y canonizada en 1925, ambas bajo el pontificado de Pío XI, bajo el sobrenombre de "Santa Teresita del Niño Jesús".
Fue proclamada Doctora de la Iglesia en 1997 por Juan Pablo II. Pio X la consideró "la santa más grande de los tiempos modernos".
La iconografía la presenta como una monja carmelita con un crucifijo y rosas en los brazos, ya que ella dijo que después de su muerte derramaría una lluvia de rosas.
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