Efectivamente, sin Dios no habría pecado.

Si Dios no existe, todo es lícito, escribió Dostoyevsky. Y tenía razón. Sin Dios ya no hay ni arriba ni abajo, nos repetirá Nietzsche. Sin Dios no sólo no hay pecado, sino que tampoco habría la posibilidad de recibir el perdón de un pecado.

¿Quién podría perdona el pecado? ¿Quién podría perdonar el concepto de iniquidad radicado en una persona? ¿Bajo que autoridad se podría perdonar el reato de culpa?

Si yo hago un mal a una persona, y esa persona me perdona, esa persona me perdona su sentimiento de venganza, me perdona sus malos sentimientos hacia mí, pero no puede perdonar la mancha que hay en mi ser al haber hecho el mal.

 

El concepto de perdón de un pecado supone borrar la mancha que se produce en el interior del ser de una persona por haber hecho el mal.

El perdón del ofendido se puede producir aunque el verdugo se carcajee del mal que ha producido en su víctima. El perdón del ofendido en nada borra el pecado, en todo caso enaltece a la víctima, pero nada más.

 

Al verdugo se le puede ocurrir el hacer todo el bien que pueda desde ese momento para reparar el mal cometido. Pero si uno ha asesinado a miles de judíos en campos de concentración, ¿qué puede hacer para remediar lo ya hecho? ¿Qué se puede dar a cambio de truncar el futuro, los sentimientos y proyectos de centenares de nuestros semejantes?

Eso nos hace comprender que existen pecados cuya posibilidad de reparación resulta imposible para las fuerzas humanas, ni siquiera en toda una vida. De ahí la capacidad de cometer ciertos males supone, indudablemente, la capacidad de cometer males irremediables que implican una culpa, por tanto, imposible de borrar con medios humanos. Más que hablar, como algunos hacen, de una culpa infinita deberíamos decir irreparable.

Es decir, hay males tan espantosos cuya reparación escapa totalmente a nuestras manos. Hay males tan crueles, tan aberrantes, cuya comisión está en manos de nuestra libertad, pero cuya reparación perfecta escapa a nuestra libertad, pero cuya reparación perfecta escapa a nuestra libertad.

Somos libres de cometer un daño que sabemos que nunca podremos reparar con ningún acto nuestro o con los actos de toda nuestra vida. De esto a la comprensión de la necesidad de una Redención sólo hay un paso.


Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios