
Por pura lógica, sin necesidad de que Dios nos lo haya revelado, se puede comprender que es imposible que exista un mal que por sí no pueda ser perdonado por un Ser Infinito.
El mal siempre será finito. Ahora bien, desde el momento que existe la libertad, el libre albedrío puede mantenerse en una postura de no-arrepentimiento. El Creador del libre albedrío respeta ese libre albedrío, de lo contrario no lo hubiera creado.
Además, hay pecados que requieren de una justicia infinita. Hay pecados de tal gravedad que exigen una restitución del orden quebrantado.
El orden del universo, el orden de las cosas, la armonía de todas las cosas que existen, requiere que una violación grave, consciente, pertinaz y sin arrepentimiento de ese orden sea reparado. Por eso la eterna exclusión de la bienaventuranza para el que voluntariamente se ha convertido en un inicuo y no se arrepiente, es una consecuencia lógica del ser de las cosas. No podía ser de otra manera.
El infierno no es una creación de Dios, es una consecuencia lógica del ser de las cosas, una justa reparación del orden violado.
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