Nadie quiere condenarse voluntariamente, son nuestras acciones las que nos excluyen de la bienaventuranza.

De la misma manera que nadie quiere pasar sus años de vida sobre la tierra sumido en el odio y el deseo del mal al prójimo (pero de hecho hay gente así), de la misma manera también hay gente que será excluida no porque quiera excluirse, sino porque sus propias acciones le excluyen.


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