
Indudablemente no. La condenación eterna es algo tan terrible, tan espantoso, que solo por graves pecados puede uno perder el fin último de la existencia.
Ahora bien, cada pecado por pequeño que sea, es un paso hacia otro pecado mayor. Cada pecado por ínfimo que sea, es un paso en dirección a la condenación.
Nadie puede decir: pecaré sólo una vez y después no lo volveré a hacer. Cada pecado debilita la voluntad, cada falta oscurece un poco más nuestra inteligencia.
Los grandes pecados no existirían sin los pequeños. Cada pecado por leve que sea, es una locura. Supone un paso hacia el precipicio.
Da la sensación de que la lucha contra los pequeños pecados sea una cruzada propia de celosos curas y devotas monjas. Y que por el contrario, la gente normal pudiera vivir en una alegre inconsciencia, en una feliz libertad, eso sí, absteniéndose de lo grave. Eso es un error. Todos desde el momento en que somos conscientes de que existe la Divinidad, debemos ser conscientes de que existe la posibilidad de la eterna exclusión del goce de esa Divinidad. Y por tanto, desde ese momento debemos recapacitar de que lo pequeño nos prepara para lo mayor. Cada paso en sí mismo considerado es muy pequeño, pero si hay un precipicio detrás un pequeño paso hacia ese abismo es un peligro muy grave.
Cada pecado no sólo debe ser considerado en sí mismo, sino además como un peligro para males mayores.
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