La pregunta surge espontáneamente al analizar casos como el de Hitler, Nerón, Pol-Pot u otros personajes menos importantes pero que hacen que nos cuestionemos si eran hombres inicuos o más bien enfermos mentales.

 

Lo primero de todo hay que tener clara la distinción entre desorden mental y pecado. En el mal moral una persona opta por hacer el mal. En la patología mental la capacidad de raciocinio se ve alterada y la mente llega a conclusiones erróneas.

En la enfermedad la razón llega a conclusiones erróneas sin querer. El enfermo busca alcanzar la verdad a través de la razón, y la razón le lleva al error.

En el mal moral, la persona llega a una conclusión correcta: esto es malo. Pero desea hacer el mal, bien sea porque considera que está justificado, bien por beneficio propio, o por otro motivo.

 

El enfermo tiene un problema con la razón. El inicuo tiene un problema con la voluntad. Ambos pueden hacer el mal, pero uno hace el mal porque se equivoca, el otro porque quiere.

Insisto, el que hace el mal porque quiere lo puede hacer por dinero, por sufrir un chantaje, por amor a la patria, por lo que sea, pero sabe que hace el mal.

 

La distinción entre ambas realidades es nítida y clara. El problema es que el mal llevado a sus peores límites, conlleva una deformación de la razón.

Es decir, la razón es lentamente deformada por la voluntad. Al final, los razonamientos de la mente están oscurecidos, deformados, degradados. La persona está firmemente convencida de estar haciendo lo que debe, o de que es inocente, o de que su acto es neutral, etc.

Esos casos extremos, cuando son llevados a juicio, se plantea la cuestión: ¿estamos ante un enfermo o ante un criminal? La maldad consumada hasta sus máximos extremos lleva a tal deformación del razonamiento que exteriormente se asimila en muchos aspectos a una patología.

 

En mi opinión, el modo de salir de este nudo gordiano es analizar si esa deformación del razonamiento se ha producido como fruto de un proceso libre y deliberado en el que la persona se ha ido acostumbrando a ir cometiendo maldades cada vez mayores, o si por el contrario desde el comienzo todo fue fruto de un indeliberado mal funcionamiento de la mente que se fue agudizando. Este creo que es el verdadero quid de la cuestión: analizar el proceso por el que la persona llegó a hacer lo que hizo.

 

Puede parece que haber tocado esta cuestión acerca de un personaje tan concreto tenga un interés más histórico que espiritual, pero por el contrario es una cuestión de índole estrictamente espiritual cuya conclusión es evidente: el mal llevado a sus extremos parece una locura.

 

Ya he dejado claro más arriba que el enfermo mental no es responsable de sus acciones, o no lo es plenamente.

Pero hay pocos enfermos mentales. Con lo cual hay que recordar a la gente que el mal no es fruto de la inadaptación social, traumas de la infancia, problemas subconscientes o condicionamientos sociales, sino que ante todo es fruto de una decisión libre. Si quiero hago el mall si no quiero no lo hago. Es así de sencillo. Y así de complicado.


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