
La respuesta es paralela, sólo que a la inversa, a la de la cuestión anterior. Uno puede ser enteramente dichoso, enteramente feliz, y tener un cierto dolor por un ser querido condenado para siempre. Los dos sentimientos no son contradictorios entre sí. Pues aunque el amor procedente de Dios y el amor dirigido a Dios colme de felicidad al bienaventurado, eso no quita nada del amor que una madre siente por un hijo. La madre en el cielo será feliz, enteramente feliz, pero cada vez que se acuerde de su hijo, aun entendiendo que es justa su condena, aun entendiendo que ya nada se puede hacer, no podrá evitar dolerse de ese mal. Aunque cada vez que se acuerde, su voluntad estará tan conforme con la de Dios, tan conforme con el orden de las cosas, que será como una pequeña nube que se deshace de inmediato en medio de un cielo azul.
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